ENCOMIO DE LA CONDENACION

POR MAX HEINDEL


CENTRO DE ESTUDIOS DE LA

SABIDURIA OCCIDENTAL MEXICO

ENCOMIO DE LA CONDENACIÓN

POR MAX HEINDEL

La Fraternidad Rosacruz recomienda decidida y constantemente el servicio a la humanidad y con mucha frecuencia se nos hace la pregunta siguiente: “¿Cómo puedo servir a mi prójimo?

No me parece nunca que tenga ocasión de hacerlo” Por lo tanto será muy conveniente patentizar que el servir no significa de ningún modo, necesariamente, un hecho grandioso y espectacular tal como detener a un caballo desbocado arrastrando un carruaje y salvar las vidas de las personas que van en él, o meterse en un edificio en llamas y rescatar las vidas de los que de otro modo hubieran muerto devorados por el incendio.

Oportunidades semejantes se presentan muy raras veces y por lo tanto no es posible efectuarlas por una persona todos los días, pero “todos”, sin excepción alguna, tenemos ocasiones de servir, no importa el ambiente en que nos desenvolvamos.

La clase de servicio que nosotros indicaremos en éste artículo es de aún mayor valor, que cualquiera otro acto singular de salvar a uno de la muerte, la cual más pronto o más tarde se apoderará de todos, pues, seguramente, tiene más valor el ayudar a vivir “bien” a la humanidad que evitar meramente que se libre de la muerte.

Es deplorable en extremo que la mayoría de nosotros seamos egoístas en alto grado. Anhelamos para nosotros todo lo más cómodo y favorable que tiene la vida sin importarnos lo más mínimo lo que pueda suceder con ello a nuestro vecino, y uno de los aspectos en que más se manifiesta éste egoísmo, es en el mantener por nuestra parte una actitud de propia satisfacción.

Somos muy propensos a comparar nuestros esfuerzos, nuestras propiedades, nuestras facultades con las de los demás, y cuando se ve manifiestamente que ellos tienen más que nosotros, notamos un sentimiento de celos y envidia que nos induce a hablar de ellos con desprecio o de algún modo que disminuya sus éxitos o adelantos, bajo la ilusión de que por ésta comparación nos elevamos a su nivel, o sobre él.

Si, por otra parte, es patente que nuestros prójimos no poseen tanto como nosotros, si aparece que su posición social está por debajo de la nuestra, establecemos y suponemos definitivamente su inferioridad, adoptamos una actitud de altivez, les hablamos con un deje protector o condescendiente, pensando que mediante tales comparaciones nos elevamos grandemente sobre nuestra posición actual.

Si oímos a alguno hablar con vilipendio de otro, estamos con frecuencia dispuestos y propensos a creer lo peor de todo ello, porque entonces, por comparación propia, nos parece ser mucho mejores, más santos y mucho más elevados que nuestro reo. Pero en los casos en los que el mérito es tan palpable y que el aplauso no puede degradarle, nosotros le emitimos con enojo, pues sentimos como si la alabanza prodigada nos usurpase algo que nos pertenece y quizás, aún, les exalta sobre nuestro nivel.

Ésta es la actitud del mundo en general. Sin embargo, cuan deplorable o lamentable sea, es lo cierto que todos y cada uno, entre la gran mayoría de la humanidad, parece que se hallan dispuestos a mantener detrás de ellos a los demás.

Éste es uno de los mayores delitos e inhumanidad del hombre contra el hombre, lo cual produce a incontables personar el sufrir, y les induce en reciprocidad el hacer sufrir a otras tantas almas. ¿Qué mayor servicio podemos efectuar a cualquiera otro que el de adoptar un actitud sistemática de aliento y de encomio?

No existe mayor verdad que el sentido de estas líneas:

“Existe una maldad en el mejor de nosotros, y tanto bueno en el peor, que escasamente nos permite hablar del resto de nosotros”.

En el hogar, en la tienda, en la oficina, en todas partes, encontramos todos los días, a distintas personas, cada una de ellas propicia al estímulo y enardecimiento.

Lo que el calor del Sol es para la flor, así es el aliento y estímulo para todos nosotros. Si uno cualquiera ha hecho una buena obra y nosotros lanzamos una frase de aprecio y alabanza, ésta palabra puede hacer a aquél el obrar aún mejor la próxima vez.

Por otro lado, si alguno ha obrado mal, o fracasado, una palabra de simpatía y confianza es su última probabilidad de esfuerzo o intento, le enardecerá y le alentará para no cejar en su empeño y para conseguir su finalidad, exactamente igual como el que una palabra de desaliento le desarmará y producirá un naufragio de la vida que puede ser salvada por una palabra cariñosa y de aplauso.

Cuando uno cualquiera nos venga con un cuento depresivo acerca de alguien, debemos ser muy parcos para creerlo y aún más para contarlo a otro a nuestra vez. Esforcémonos por todos los medios de persuasión el detener al que nos viene con la historia perversa en su cuento a los demás. No nos producirá ningún bien el escuchar ni el creer habladurías semejantes.

Ésta clase de “servicio” puede parecer muy fácil a primera vista, pero debe de tenerse en cuenta que a veces se requerirá una gran cantidad de abnegación para permanecer en el camino emprendido, debido a que todos estamos tan imbuidos por el egoísmo que es casi imposible para muchos de nosotros el apartar siempre nuestra personalidad por completo, y colocarnos en el lugar de los demás y darles el estímulo y aliento y aún hasta aplaudirles, de todo lo cual estamos nosotros mismos tan necesitados.

Pero si persistimos en ésta actitud, y llevamos consistente y consecuentemente nuestro trabajo adelante con todos los que se nos presente la ocasión, y procurando siempre emitir una palabra de consuelo o aliento donde quiera que veamos una oportunidad de hacerlo, de éste modo notaremos que las gentes vienen a nosotros no sólo con sus tristezas, sino también con sus alegrías y como resultado podremos conseguir alguna recompensa.

Percibiremos que tenemos alguna parte en sus éxitos y desarrollos, y en todas esas alegrías y venturas de los demás, habrá una alegría y ventura que legítimamente nos pertenece, éxito y placer que nunca más, ni nadie, nos podrá arrebatar, algo que irá con nosotros más allá de la tumba para aumentar nuestro tesoro celestial.

No olvidemos que todos, desde el más insignificante hasta el más meritorio de nuestros actos se graba en nuestro átomo simiente del corazón, y que el sentimiento y emoción que acompaña a tales actos, reaccionarán sobre nosotros en nuestra existencia post-mortem, y así, todas las alegrías, todos los placeres, todos los amores que hayamos vertido sobre los demás, reaccionarán sobre nosotros en nuestra vida en el Primer Cielo, y nos darán una experiencia sublime, e inculcarán en nosotros la facilidad maravillosa de dar más y más alegría a los otros, de ser de mayor y mayor utilidad para los demás.

Y recordemos también que esto es la sola real grandeza, la única grandeza digna de trabajar por ella, la grandeza que nos facilita y ayuda en el servicio al prójimo.

Pero por encima de todo, aún antes de estimular y alentar a los demás, recordemos la parte del “servicio” que estriba en contener las historias viles que llegan a nuestros oídos. Cuando alguno se nos acerque y pretenda murmurar de cualquier otro, sea quien sea y de lo que sea, no importa lo que nosotros podamos saber, creer o suponer del asunto, no importa la justificación que tengamos para ello, recordemos, repito, que la “repetición” no hace ningún bien, antes al contrario, “produce mucho mal”.

Al igual que una bola de nieve que rueda por una montaña abajo, acumula más y más nieve, creciendo más y más, así también la historia que es llevada y traída de boca en boca es enormemente exagerada y desfigurada, y aumenta el sufrimiento y el dolor la lengua del parlanchín. Por lo tanto, no podemos rendir mayor “servicio” a las personas que concierna o a la comunidad a que se refieran que esforzarnos en detener la murmuración y el chismorreo de tan viles historias.

Ha habido casas que han sido hundidas, comunidades que han sido disueltas, hombres que han sido arrastrados al patíbulo una y otra vez, o lo que es peor aún, sumidos entre las paredes de instituciones, debido a los chismes y embustes llevados y traídos.

Así pues, podremos ser de grandísima utilidad al rehusar escuchar la murmuración, tanto como por alentar y estimular a aquellos que han fracasado en sus trabajos, o bien aplaudirles y ensalzarles en sus éxitos.

Todos los días llaman a nuestra puerta probabilidades de esta naturaleza o de otra, no importa dónde nos hallemos o nuestra posición social.

ARCANUM.- Ésta regla no puede traducirse a ningún idioma. Se enseña de corazón. El que es indigno de saberla, aunque se la revelaran no la comprendería.


En Amoroso Servicio

El Centro de Estudios de la Sabiduría Occidental Mexico