EL JARDINERO
Y
EL FORASTERO
FRATERNIDAD ROSACRUZ DE MEXICO
CENTRO DE ESTUDIOS DE LA
SABIDURIA OCCIDENTAL MEXICO
La escena es imponente, toda la tierra aparece blanca, cubierta de un grueso manto de nieve, no hay ni una hierba, ni un árbol que permitan al viajero recordar que aquellas cosas existen; sólo la blancura perdiéndose en el horizonte.
Desde lejos el viajero se destaca como un punto negro en aquella inmensidad, pequeño, solo.
Pero acerquémonos a él, algo muy importante lo debe haber llevado hasta este paraje, una fuerza superior lo debe sostener pues sólo un corazón muy valiente puede atreverse a enfrentar esta soledad.
Escuchemos lo que piensa; unámonos a él en este difícil peregrinaje.
- Dame fuerzas Dios mío, no me abandones, muchos días llevo en este sendero y sólo encuentro soledad, frío, desesperación.
¿Me habré equivocado de camino? ¿Me habrá engañado la voz que escuché?
Mi visión cada vez se acorta más, la niebla y el viento blanco me cierran el paso, pero mi determinación está tomada, si no encuentro lo que busco, aquí me quedaré.
Cuando se ha visto por un instante la luz, ya no se puede vivir sin ella.
Así pensaba el viajero mientras con paso cada vez más débil seguía la difícil ruta.
La nieve se arremolinaba ante él, lo envolvía como queriéndolo detener para que no llegara a su meta.
De pronto, su pie resbala y su agotado cuerpo cae.
Queda postrado de rodillas en el suelo inmaculado, sus ojos ya casi no ven, la desesperación va ganando su corazón.
Pero entonces el viento barre un poco la niebla que lo envuelve y algunos pasos más adelante hay algo: un contorno borroso que se confunde con la blancura de la nieve.
Pero no cabe duda, allí estaba lo que el viajero buscaba.
- Gracias Dios mío, no me has abandonado.
Se levantó lentamente, ya no sentía el cansancio, las dudas se habían disipado.
Avanzó extasiado; a su paso el suave viento se iba abriendo dejando ver una alta muralla que se perdía hacia ambos lados.
Frente a él se destacaba un Portal de gruesas maderas.
Nuestro viajero se acercó cauteloso. Tras unos instantes de vacilación se irguió, y con decisión golpeó una, dos y tres veces.
Luego el silencio, la espera.
¿Le recibirían? ¿Lo considerarían digno? Todo era tan desolado, tan desierto, que llegó a preguntarse si realmente viviría alguien allí.
El frío y la duda se hacían sentir cada vez más.
El tiempo transcurría y nada. ¿Llamaría nuevamente? Ya lo iba a hacer cuando percibió un leve crujido y vio que una pequeña ventanita se abría. A través de ella pudo ver un par de ojos que lo observaban atentamente.
Luego, sin cruzar palabra, se volvió a cerrar y después la gran puerta se entreabrió, pesada, lenta; tal vez hacía mucho tiempo que no se abría.
El sol brillaba esplendoroso, iluminando los bellos jardines; reinaba una armonía que se podía oler, palpar, respirar.
Todo estaba rodeado por caminos trazados por entre las plantas y las flores. En los lugares más apartados se veían cómodos bancos que servían de reposo y lugar de meditación a los habitantes de ese lugar.
Se percibía un silencio muy especial en el que se escuchaba algo indefinido.
Tal vez una melodía.
Era un silencio lleno de vibraciones calmantes, relajantes.
A lo lejos se divisaba grupos de casas blancas con grandes galerías. Por ellas iban y venían los habitantes dedicados a sus tareas.
Lentamente el viajero cobró conciencia de sí mismo, entonces buscó alrededor alguien a quien dirigirse. Nadie había cerca.
Sorpresivamente, en un recodo del camino, se encontró con un anciano que con gran atención estaba trabajando la tierra.
El viajero se detuvo esperando que el hombre se percatara de su presencia; pero pasaron los minutos y el viejecito seguía concentrado en su labor.
Cuando ya no pudo soportar más la situación, el viajero carraspeó quedamente, pero no hubo reacción; entonces no le quedó más remedio que hablarle.
- Buen hombre, ¿puedo interrumpirlo un momento?
El anciano lentamente se volvió apoyando su herramienta en un arbusto.
Luego sus ojos se clavaron en el rostro del viajero. ¡Pero qué ojos Señor! Nunca en su vida nuestro hombre había visto ojos iguales.
Mirarlos era como observar el cielo; allí cabía un universo de belleza, de poesía, de amor.
La dulzura que emanaba de ellos embriagaba; eran tan especiales que nuestro viajero casi cae al suelo de rodillas.
- Disculpa hermano, no te había oído llegar.
Ocurre que cuando cuido mi jardín me concentro tanto en el trabajo que olvido todo lo que me rodea. Discúlpame, te lo ruego.
- Señor. Soy yo quien le pide disculpas, pero soy nuevo aquí y estoy desorientado.
- Sí. Ya veo que eres nuevo aquí.
- Recién acabo de llegar, o al menos eso es lo que creo, pues he comenzado a dudar de mis sentidos externos.
- Tienes razón. Mira esos muros, ellos separan dos mundos; aquí adentro la realidad es distinta a lo que se llama comúnmente realidad. Aquí es Realidad.
Allá solo es apariencia. Pero dime, ¿Qué andas buscando por estos lugares tan apartados y hostiles?
- Bueno, yo busco sabiduría, busco a Dios.
- Vaya, vaya, pues sí que te has propuesto algo difícil, muy difícil.
- ¿Usted podría ayudarme honorable anciano? Estoy perdido. Soy nada más que un forastero y no sé qué debo hacer.
- Nadie es aquí un forastero, todos somos hermanos, y somos uno en nuestra aparente multiplicidad; todos sufrimos y nos alegramos con todos.
- Qué hermosas palabras dice. Me traen gran consuelo, pues mi corazón está destrozado por las luchas y los errores que he dejado tras esos muros.
- Debes tener presente que esas cosas que recién mencionaste son indispensables.
Son parte de la enseñanza. Sin esas experiencias no hubieras tenido las fuerzas para llegar hasta aquí. Ni el guardián te hubiera permitido entrar.
- Pero yo me siento tan pequeño ante su presencia, y me considero indigno de estar aquí.
- Detente hermano, no te atormentes inútilmente. Yo también he luchado y he caído mil veces.
- ¿Usted? ¡No lo puedo creer! ¡No se le ven cicatrices!
- Claro. Lo que ocurre es que cuando se trabaja duro y en el sentido correcto, las cicatrices desaparecen. Es como si tomaras un nuevo cuerpo purificado, sublimado por el fuego del dolor.
Te puedo asegurar que mucho he sufrido, pero no obstante, siento que todavía muchas impurezas llenan mi ser. Sucede que existen dos medios por los cuales aprendemos las enseñanzas de la vida:
Uno de ellos es el "dolor", que purifica, pero es muy lento.
Es el camino que transitan los que viven en el mundo del que tú vienes; por eso le llaman un valle de lágrimas. ¿Entiendes?
- Sí, sí; pero, ¿Cuál es el otro camino?
- El otro es más difícil de explicar, cuesta más comprenderlo. El otro camino para aprender o acercarnos a dios es el camino de la "Conciencia Despierta".
- ¿La Conciencia Despierta? ¿Y cómo es eso?
- Es difícil, ya te lo dije. Sólo puedo agregar que el que encuentra este camino, el que despierta su conciencia, ya no necesita más sufrir.
El dolor deja de ser su maestro para ser ahora la Comprensión, "Comprensión de las Leyes Cósmicas”, que son la guía.
El hermano forastero, admirado ante la sabiduría de este humilde jardinero, sintió prisa por obtener toda la que adivinaba se encerraba en aquel lugar.
Cuánta sabiduría podría obtener de los maestros de ese monasterio, si el simple jardinero sabía tanto. El anciano suspiró profundamente, tal vez leía el pensamiento del hermano viajero.
Con un rostro amable, pero de pronto cansado, le dijo:
- Amado hermano, ¿te gusta la Jardinería? Porque yo solamente puedo enseñarte eso, a trabajar la tierra, a cultivar un jardín, a trabajar con los elementos de la naturaleza; compréndeme.
- Bueno, en realidad yo he caminado y he afrontado verdaderos peligros en busca de conocimientos. Perdóneme, pero esa es la misión que me impuse.
No quiero herirlo, pero comprendo que cada uno tiene aquí una misión especial.
- Así es, hijo. Así es.
- Al llegar aquí vi personas sumergidas en profundas reflexiones, concentrados engraves problemas; creo que eso es lo que busco, la sabiduría al más alto nivel.
- Tienes razón, por ahora ese es tu camino. Tal vez más adelante te interese esto.
- Me informaron que aquí, en este lugar santo, estaba guardada toda la más grande sabiduría, todos los secretos, y eso es lo que he venido a buscar.
Ese es el camino que entiendo debe llegar a Dios.
- Tienes razón nuevamente. Ese es tu camino. Mira, ¿ves esas casas blancas sobre la colina?
- Ah. Sí, sí.
- Bien, anda allá. Tal vez entre sus paredes encuentres lo que buscas.
Hay muchos hermanos dedicados a esos estudios, y si eres digno y si te esfuerzas por alcanzar la sabiduría, tal vez puedas ver a nuestro superior, el Gran Maestro.
- Gracias hermano, gracias. Espero que no esté enojado conmigo.
- No te preocupes. Y ya sabes, yo sólo soy el jardinero.
- Le prometo que si algún día tengo tiempo vendré para que me enseñe a cuidar el jardín y adornarlo con lindas flores.
- Espero.
Trata de hacerte un lugar; da muchas satisfacciones trabajar la tierra, plantar semillas, verlas germinar, crecer, ver cómo se convierten en flores y en árboles. Ve hijo mío, ve con Dios, que mi corazón te acompañará también.
El hermano forastero se despidió amablemente del anciano, que volvió paciente, humilde y silencioso a sus tareas; y con paso presuroso se encaminó hacia el grupo de blancas casas. Y allí se instaló.
Muchos meses pasó el viajero estudiando. Profundizó las matemáticas, que él ya dominaba, pero conoció el lado místico de los números, su significado oculto.
Se instruyó en el arte de curar, que también conocía desde antes, pero estudió y comprendió cómo funcionan las Leyes Cósmicas a través de la naturaleza.
Practicó luego las Artes, en ese estado de exaltación que da la visión mística. Participó en innumerables foros, clases, experiencias, alcanzando gran sabiduría.
Ya concluidos todos los estudios, el hermano forastero se consideró listo para solicitar una entrevista con el Gran Maestro, llamó entonces al guía quien se presentó presuroso.
- Amado hermano, creo que ha llegado el momento tan ansiado de entrevistarme con el venerable Maestro, pues ya he profundizado todas las enseñanzas que se dan aquí, creo estar preparado.
- Bien, pero antes quisiera preguntarte algo muy personal, y quiero que me contestes con la más absoluta sinceridad, pues eso es fundamental.
- Pregunta hermano lo que quieras. Voy a responderte con toda mi sinceridad.
- Dime hermano. ¿Cómo te sientes con respecto a Dios?
- No entiendo muy bien tu pregunta, ¿puedes explicarme de qué se trata?
- Es así de sencillo. ¿Cómo te sientes? ¿Más cerca de Él? ¿Más cerca del fin?
El rostro del forastero se había ensombrecido, ya no irradiaba tanta seguridad.
Miró al hermano guía que lo contemplaba lleno de amor y comprensión; ciertamente aquel hermano era sabio y había tocado en lo profundo de su corazón.
El día era claro, fresco, transparente. La armonía del lugar hacía presentir la presencia de Dios en cada cosa, en las flores, en las aves, en la brisa. Todo era un canto de alabanza para el Creador.
El guía retomó la palabra.
- Sí hermano. ¿Cuál es nuestra meta? ¿Para qué y hacia dónde caminamos?
- No digas más. Comprendo. Te responderé como lo has pedido, con sinceridad. Pensé que aprendiendo lo que me enseñaban aquí me acercaría a la perfección, me elevaría a Dios.
Pero te lo confieso con pesar, estoy un tanto desilusionado. No me siento como tú has dicho, más cerca de Dios. Lo lamento mucho pero creo que he fracasado.
- Bien, muy bien.
- ¿Cómo dices? ¿Acaso te burlas de mí?
- No, al contrario; digo bien porque así es.
Si tu respuesta hubiera sido otra, si te hubieras manifestado conforme con lo que has aprendido, nada más habríamos podido hacer por ti. Pero en cambio si te sientes realmente disconforme con el camino seguido o con los resultados obtenidos, entonces sí podremos empezar a trabajar en serio.
- ¿A trabajar en serio? ¿Y todo lo que he estudiado y aprendido en estos largos meses?
- Eso es sólo la preparación; recién ahora es cuando comienza el verdadero trabajo. Aquello preparó la tierra para recibir la semilla.
- ¿Quieres decir que todavía no estoy listo para ver a nuestro superior?
- Exacto. Todavía creo que no es el momento.
- Y bien, dime, ¿Qué debo hacer ahora? Porque ya he recorrido todos los estudios, todo lo que se enseña aquí.
- No todo. Ahora viene lo más difícil. Debes aprender Jardinería.
- ¿Jardinería?
- Sí hermano, Jardinería.
El que no sabe cultivar su jardín, no puede verlo a Él. Sólo será por poco tiempo, pues cuando hables con el maestro jardinero comprenderás lo importante de ese trabajo, de ese Arte.
- Me dejas perplejo. Pero está bien, mi decisión es inquebrantable, mi meta es llegar a Él, obtener la Iluminación; no cederé en mi empeño.
- Eso es lo que nos gusta de ti, pues muchos flaquean ante nuestras pruebas de paciencia y de humildad.
- ¿Qué debo hacer hermano guía?
- Mañana, con las primeras horas del alba preséntate al hermano jardinero y dile que vas para que te enseñe a cultivar el jardín.
Dile textualmente: "Maestro, he encontrado tiempo para dedicarme a cultivar mi jardín". Él comprenderá. Te deseo mucha suerte, pues la tarea no es fácil, pero el premio justifica el esfuerzo.
- Muchas gracias hermano.
El guía se alejó con paso rítmico; todo en él irradiaba armonía. Nuestro amigo lo miró apartarse; la tarde comenzaba a declinar, era la hora propicia para la meditación y en ese minuto la necesitaba más que nunca.
Su mente trabajaba arrebatadamente, quería comprender.
La mañana lo sorprendió casi sin haber dormido, se levantó presuroso, hizo sus trabajos místicos y partió ansioso hacia el lugar donde tantas veces conversara con el jardinero.
Quería llegar antes que él para observar el jardín, ver si descubría algo especial para que lo guiara.
Llegó al lugar cuando todavía no se borraban las últimas estrellas.
El rocío regaba ricamente las plantas y las flores, había un mágico encanto en aquella hora que precedía a la salida del sol.
El silencio solo era roto por un acompasado y rítmico golpe. Nuestro amigo quedó sorprendido pues allí estaba el anciano trabajando, encorvado sobre la tierra.
- Buenos días hermano jardinero, vengo a decirle que he encontrado tiempo para cultivar mi jardín.
Ante estas palabras el anciano quedó quieto, estático por breves momentos, luego se levantó en toda su estatura. No era ni tan pequeño ni tan viejo.
- Bienvenido aprendiz de jardinero. Me alegro que hayas encontrado tiempo para aprender este difícil trabajo.
- Pero Maestro, ¿no descansa usted nunca?
- No. Una vez que comienzas a trabajar la tierra y a cultivar el jardín no puedes descansar jamás, debes dedicarle todas las horas del día y aún más.
Ya comprenderás por qué es así. Ocurre que la tierra se vuelve fértil, y todo, incluso las malezas pueden prosperar más rápidamente. Hay que trabajar mucho.
- Realmente no comprendo todo esto, pero, ¿para qué me servirá aprender a cultivar la tierra?
- Primero debemos saber cuál es la tierra que vamos a cultivar, eso es lo fundamental; pero, ahora perdóname un momento, espérame y luego seguiremos conversando.
Tengo que arrancar esas hierbas malas que crecen por todos lados. Ven, ven aquí, acércate y observa. ¿Ves? Debes aprender a defender tu jardín de estas malezas.
- Pero no veo nada extraordinario, Maestro.
- Claro, porque ahora son muy pequeñas, pero si las dejas crecer pronto estas cizañas taparán y sofocarán las más hermosas flores del jardín; hay que arrancarlas de raíz, porque esta maleza es muy peligrosa.
- ¿Y cómo se llama esta hierba, Maestro?
- Esta hierba arruina muchísimos jardines, ¿sabes? Se llama ORGULLO.
- Oh, no. Qué ciego he sido todo este tiempo.
- No te reproches hijo mío. Las enseñanzas llegan a su debido tiempo, antes no habrías comprendido nada. Es como dice el refrán:
"Cuando el discípulo está listo, el maestro aparece".
Sin embargo, si eres buen observador, podrás apreciar que el maestro siempre está presente. Lo que pasa es que no lo vemos, pasamos a su lado y no lo reconocemos.
- Tiene razón. Y esto me trae a la memoria que en una conversación anterior usted mencionó que hay dos caminos para aprender. Uno era el dolor, y el otro era el despertar de la conciencia.
¿Por qué no me habla más sobre este último?, ¿qué es el despertar?
- Simplemente eso, despertar, estar alerta.
- Sí, pero, ¿alerta a qué?
- Allí está la clave.