NUESTRO LUGAR DE MORADA
Sí, nuestra residencia es realmente el lugar donde desarrollamos nuestras actividades, pero tal residencia suele ser una cosa muy temporal.
De hecho, en nuestra vida física ordinaria, necesariamente es algo transitorio, ya que, en el mejor de los casos, solo cubre nuestra vida actual, y para quienes creemos en la continuidad de la vida, ese es un intervalo muy corto.
Todos lo sentimos a veces, a menudo de manera aguda, y anhelamos algo que nos proporcione un mayor sentimiento de seguridad y permanencia.
Así que sustituimos las palabras “lugar de habitación” o “morada”, para ayudar a dar esa sensación de permanencia.
Sin embargo, aún queda un sentimiento de insatisfacción, ese sentido de transitoriedad y falta de seguridad, especialmente al acercarnos al final de nuestra vida física.
Buscamos entonces un significado más profundo y oculto para las palabras “lugar de morada”.
Como ocurre a menudo cuando queremos respuestas para problemas que van más allá de lo meramente físico, acudimos a los escritos de los sabios de todas las épocas.
En particular, tendemos hacia esa maravillosa colección de libros que llamamos simplemente la Biblia, y si buscamos la luz, la encontraremos allí.
Dos de los Salmos más conocidos arrojan mucha luz sobre esta cuestión, en particular el Salmo 90 y el 91:
El 90 comienza así: “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”.
Aquí no solo se afirma directamente que siempre hemos estado envueltos y realmente habitamos en el amparo de los brazos eternos, sino que también hay una afirmación clara tanto del renacimiento como de nuestro largo desarrollo a través de períodos de actividad y descanso cósmicos.
La declaración es clara: “Vuelvan, hijos de los hombres”. O si prefieres: “Vengan otra vez”.
El Salmo 91 añade:
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo al Señor: esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré…”.
De nuevo, la imagen de una morada segura y fuerte. Luego se dice:
“Su verdad será tu escudo y adarga… no te alcanzará mal, ni plaga tocará tu morada.
Porque has puesto al Señor, que es mi refugio, al Altísimo, por tu habitación”.
¿No es esto una imagen del ser humano evolucionado y regenerado, al que se le añade la promesa:
“Con larga vida le saciaré, y le mostraré mi salvación”?
O también puede traducirse:
“Con vida interminable lo haré completo, y le haré experimentar la liberación”.
Podemos encontrar abundante evidencia de protección divina en casos donde, sin intervención, hubiera ocurrido un daño —por ejemplo, un conductor que frena instintivamente antes de ver a un niño atravesarse por delante, o un ciclista que se detiene milagrosamente justo a tiempo.
En todos estos casos, la protección y la guía están ahí, disponibles cuando uno está alerta y escucha la voz interior.
Por supuesto, también sabemos que en situaciones de emergencia extrema, el poder divino opera para protegernos, a veces de formas casi milagrosas.
Que podamos estar siempre listos para escuchar esa voz interior.
De hecho, nunca estamos fuera de la “casa del Padre”, dentro de su aura protectora; ni siquiera podemos separarnos de ella.
A menudo, anhelamos el momento de regresar a nuestro mundo-hogar, lejos de las pruebas del cuerpo físico, olvidando que ese cuerpo es un valioso instrumento y que, en sí mismo, está dentro de nuestra divina morada.
Aunque el dolor y la ceguera nos hagan sentir lejos de casa, aún estamos sirviendo fielmente aquí.
Aun si tuviéramos que salir a las tinieblas exteriores (si es que éstas existen), tenemos la seguridad:
“Aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”.
Así, con confianza seguimos el largo camino, avanzando pese al miedo y temblor, logrando el primer amanecer de la realización consciente de la Presencia Eterna.
Como el leproso que hizo permanente su curación dando gracias, también nosotros debemos agradecer en pensamiento, palabra y acción —especialmente en acción, porque el camino sigue siendo el del servicio amoroso y desinteresado que Max Heindel tanto enfatizaba.
Traducido de la Revista Rayos de la Rosacruz de Agosto de 1965, en amoroso servicio por la Fraternidad Rosacruz de Mexico.