La Confesión y la Absolución
Si alguien practica la confesión, tal como es determinada por la Iglesia Católica, apenas como demostración externa de penitencia, labora en error. Nos recuerda la oración del fariseo: iba al Templo para ser visto por los hombres.
Pero, si la confesión se hace con el espíritu del publicano, que es el verdadero espíritu penitente, entonces hay valor en ella, porque, tal como un niño que cometió un error siente profundo remordimiento y pena, así nos debemos sentir extremadamente apenados por nuestros pecados.
Este es el principio que encierra el mandato bíblico: "Confesaos, pues, vuestros pecados unos a otros..."¹.
La persona a quien hagamos nuestra confesión debe ser, evidentemente, alguien que nos merezca profundo respeto y amor. Ella permanecerá, en ese momento, ante nosotros, como el representante de Dios.
Nos sentiremos grandemente aliviados por haber recibido su atención.
Pero sentiremos, también, que la decisión, tomada ante nosotros mismos, de no reincidir en el error, se fortalece debido a la presencia de un testigo.
Si la confesión se hace de esta manera, y si se obtiene por esa vía la absolución, es cierto que el efecto final que se alcanza es, de hecho, saludable.
El Valor del Ritual
La Humanidad ya ha evolucionado a tal punto que, en algunos aspectos, ya no necesita de la fuerza represiva de la ley.
La mayor parte, por ejemplo, ya interiorizó el precepto legal que determina: "No robarás".
La ley es un freno para la naturaleza de deseos.
Pero, para que se alcance el progreso espiritual, es necesario, también que se espiritualice el cuerpo vital. Y eso se obtiene por medio del arte y de la religión, a través de impactos repetidos asiduamente.
Cuando los Protestantes abandonaron la Iglesia Católica, dejaron de lado muchos abusos.
Pero también dejaron casi todo lo que tenía valor.
Abandonaron el ritual, que todos pueden conocer y comprender sin tomar en cuenta la atracción o simpatía del predicador. Conociendo el ritual, los laicos pueden enviar sus pensamientos en la misma dirección del pensamiento del sacerdote oficiante.
Así, se desarrolla una enorme cantidad de pensamientos-forma. Se unifican y se fortalecen con enorme potencial y se proyectan sobre la congregación, influyéndola, para el bien o para el mal.
Hoy en día vemos pastores de la Iglesia Protestante más interesados en la elección del asunto para sus prédicas que en el desarrollo espiritual de su rebaño.
Por eso, muchos fieles olvidan sus palabras incluso antes de terminar el culto.
La Biblia nos dice que oremos sin cesar. Mucho se han burlado de este precepto. Se dice que, si Dios es omnisciente, sabe muy bien lo que nos hace falta, incluso sin oraciones.
Y, si no es omnisciente, tampoco puede ser omnipotente.
Por lo tanto, nuestras oraciones de nada valen.
Pero la verdad es que este precepto fue dado tomando en cuenta la naturaleza del cuerpo vital, que necesita de repetición, a fin de ser espiritualizado por este método.
Por otro lado, la Iglesia Católica eligió el latín como lengua litúrgica.
Es una lengua de sonoridad riquísima. Ahora bien, este detalle se liga al principio mencionado en los cinco primeros versículos del Evangelio de San Juan, donde se le atribuye al sonido, la palabra, el verbo, un maravilloso poder creador:
"En el principio era el verbo... todas las cosas fueron hechas por él"².
Como el sonido produce ciertos efectos en los cuerpos invisibles, los efectos producidos por el ritual, en latín, se perdieron para la Iglesia Protestante, que lo tradujo al inglés o incluso lo abandonó completamente.
No Vine a Traer Paz, Sino la Espada³
Son cuatro los pasos por medio de los cuales el Hombre asciende hasta Dios. El primero corresponde al despertar de la conciencia en el mundo físico, cuando se encuentra, aún, en el estado salvaje, rodeado por otros seres de la misma especie.
Todos ellos, debido a circunstancias comunes, son compelidos a luchar por la vida. Para ellos, "la fuerza es un derecho".
Aprende en este paso a confiar en su propia fuerza, para defenderse del ataque de los animales salvajes y de los otros hombres. Pero también percibe, a su alrededor, los poderes de la Naturaleza. Le provocan miedo. Tiene la noción de su fuerza y se reconoce impotente para dominarlos. Y aquí nace la adoración a tales fuerzas, buscando agradar al Dios que teme por medio de los sacrificios de sangre.
Viene a continuación el estado en que es enseñado a adorar a un Dios de Amor y a sacrificarse a sí mismo día a día, por toda la vida, para una recompensa en un estado futuro, en el cual cree por medio de la fe, pero cuyos detalles no le son claramente definidos.
Finalmente, el Hombre llegará al estado en que reconocerá su propia divinidad y hará el bien porque es justo, sin pensar en temor o en soborno.
Los judíos llegaron al segundo paso. Estaban bajo la ley.
La religión Cristiana está operando gradualmente a través del tercer paso, aunque aún no se haya liberado, por completo, del segundo.
A fin de preparar el próximo estado, los sacerdotes, que eran más evolucionados que la Humanidad común, se mantenían separados de la población.
Sabemos que en Oriente solamente cierta casta, los Brahmanes, podía entrar en los templos y oficiar en los servicios. Entre los judíos, solamente a los Levitas les era permitido acercarse al lugar sagrado. Y en otras naciones sucedía lo mismo.
Los sacerdotes siempre constituyeron una clase distinta, a quien no les era permitido casarse como al resto del pueblo. Estaban separados, bajo todos los aspectos.
Por eso, existía en ellos un cierto aflojamiento entre los cuerpos vital y denso.
Solo así podían servir de instrumentos a los guías de la Humanidad. Enseñaban esos sacerdotes y los reunían en templos, regulándoles la vida en todos los sentidos.
Pero, en el momento en que Cristo dejó de usar el cuerpo de Jesús, difundió Su Ser a través de toda la Tierra.
El Velo se rasgó, lo que fue una señal de que ya había pasado la necesidad de cualquier condición especial para evolucionar conscientemente.
Pero, gradualmente, el poder interior irradia hacia la superficie.
Las vibraciones etéreas aumentan de intensidad y estimulan el altruismo y el crecimiento espiritual.
De modo que, presentemente, las condiciones son tales que no tenemos necesidad de la ayuda de ninguna clase especial para progresar espiritualmente. Cada uno puede decidir y entrar en el camino de la Iniciación cuando quiera.
No obstante, es difícil abandonar viejos hábitos.
Bajo el régimen de Jehová, el Espíritu de la Luna, la Humanidad fue dividida en naciones.
Para guiar a esas naciones fue preciso usar una para castigar a otra, porque, entonces, la Humanidad no era propicia al amor: solo obedecía bajo el látigo del temor.
Debemos elevarnos por encima del vulgar patriotismo y aprender con esa gran alma que se llamó Thomas Paine: "el mundo es mi patria y hacer el bien mi religión".
Durante la noche santa de la Navidad, cuando nació el Niño Jesús, los ángeles cantaron: "Paz en la Tierra y Buena Voluntad entre los Hombres".
Más tarde el niño creció y dijo: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada". Cuando las espadas hayan realizado su trabajo, serán transformadas en arados y no habrá más guerras.
(Santiago, Capítulo 5, Versículo 16):
Contexto: (Confesaos, pues, vuestros pecados unos a otros...).
(Juan, Capítulo 1, Versículo 1 y siguientes):
Contexto: Se refiere al prólogo del Evangelio de Juan, donde se menciona el poder del Verbo (Logos) o Sonido.
Cita implícita: (En el principio era el Verbo... todas las cosas fueron hechas por él).
Mateo, Cap. X, 32 a 34 (Mateo, Capítulo 10, Versículos 32 al 34):
Cita implícita: " (No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada).