El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
Francisco Marques Rodrigues
I
Desde el primer libro de la Biblia —el Génesis— hasta el último —el Apocalipsis— siempre se habla de la eternidad espiritual y del RENACIMIENTO, estableciéndose una clara separación entre lo que pertenece al dominio terrenal y lo Celeste.
Y siempre se le recuerda al Hombre que su forma terrenal está hecha del polvo, y que fatalmente volverá al polvo de la tierra: "tú eres polvo, y al polvo volverás"¹ y se le recuerda que, por haber tomado un cuerpo terrenal, queda sujeto a las leyes terrenales, pero tiene que buscar, nuevamente, su elevación a lo Divino, de lo que se apartó. Y que su búsqueda se hará por la vía crucis del esfuerzo, de la lucha, del trabajo y del sufrimiento: "con el sudor de tu rostro comerás tu pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado"².
En este versículo el autor se refiere solo al Hombre físico, al cuerpo hecho de tierra, pero no a la esencia que anima, que da vida e inteligencia a la forma terrenal que tiene el Hombre.
"Y dijo Dios: hagamos al Hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza"³. ¿Qué significa esto, sino que Dios, siendo ETERNO, CREÓ al Hombre eterno también?
"Y creó Dios al Hombre a su imagen; a imagen de DIOS lo creó a él"⁴. Ahora bien, siendo Dios el Supremo Creador, y creando en Suprema Perfección, ÉL comunicó al Hombre el poder de crear también, y así como Dios no muere, ni posee forma física, así también el EGO o ESPÍRITU no es hecho del polvo de la tierra, sino que viste un cuerpo terrenal, para con él crear otros cuerpos y así luchar, sufrir, crear medios, acumular energías que puedan elevarlo a más altas condiciones de las que son las terrenales.
"Y formó el Señor Dios al Hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida: y fue el Hombre alma viviente"⁵. Esto quiere decir que Dios hizo la forma física y después de hecha hizo entrar en ella el Espíritu, para que le diese la vida y la inteligencia, porque el verdadero Hombre no está constituido por carne y huesos, sino por el YO, el Espíritu o EGO, y este es de naturaleza divina, eterna, y por ese motivo no muere.
Lo que muere es la forma física, el cuerpo. E incluso este no muere, solo se transforma, porque en el propio fenómeno de la descomposición de la forma física nosotros vemos palpitar la vida, y esto nos garantiza que la muerte no puede ser más que la transformación de la vida.
Cuando el espíritu abandona su forma física, esta comienza a descomponerse de inmediato y su mayor parte pasa al estado gaseoso, escapándose de la tierra al espacio, donde se disuelve en el aire, para nuevamente volver a incorporarse en otros cuerpos, de las plantas, de los animales, y en los de los seres humanos, ¡porque nosotros vivimos en un verdadero océano de vida! Y por esta razón los cadáveres no deben ser encerrados en túmulos de plomo, ni momificados, sino simplemente depositados en la tierra, o bien, pasados tres días y medio sobre la muerte natural, quemarlos.
Desde que el Hombre comenzó a entregarse a los vicios, guiado por los instintos animalescos, la vida se volvió más severa y dura. Y por este motivo caímos en la más profunda materialidad, de la que pretendemos liberarnos ahora, que tomamos conciencia de lo que fuimos y de lo que tenemos que ser.
Dios, el Supremo Arquitecto del Universo, no creó al Hombre para la imperfección, sino para la Perfección.
Y por más que el Hombre se aleje del recto camino, él volverá, tarde o temprano, a la Perfección, porque, tal como nadie se puede levantar sin primero haber caído, así también es necesario descender primero a las condiciones terrenales, viles, para después, a través del crisol del sufrimiento, volver a subir a lo Divino. Y así, muriendo y renaciendo, es que nosotros buscamos la perfección y la encontraremos.
Viene de muy lejos la lucha contra la vanidad y el orgullo que dominan a los seres humanos, ¡y que tanto los inferioriza!
Para dar combate a esta grave enfermedad psíquica fue escrito uno de los libros más interesantes de la Biblia —el Eclesiastés—, en el cual se compara la efímera duración de los cuerpos de los seres humanos y de los animales, dándolos a unos y otros como cosas vacías, impropias de la importancia que se les da.
Y de esta manera se les recuerda a los humanos la conveniencia de diferenciarse de los animales por la nobleza de actitudes y actos. Allí se afirma que la misma suerte que tiene la bestia, esa misma espera al Hombre; y que ambos poseen el mismo aliento o espíritu, siendo unos y otros vanidad, es decir, vacuidad, ausencia de valor real.
Y en verdad, las formas corporales, de los seres humanos o de los animales, faltándoles el "aliento" divino o espíritu, son inertes, simple materia en descomposición, vacía de esencia divina o vida, y ambos, Hombre y Bestia, van para el mismo lugar: la descomposición, el vacío, en el cual los elementos se desagregan y se dispersan para nuevamente ser captados por otros cuerpos, que los incorporan en sí mismos. Esto nos muestra la eternidad de la vida, y que el Hombre y los animales, "ambos fueron hechos de polvo, y ambos vuelven al polvo".
"¿Y quién descubre que el aliento o espíritu de los hombres, al morir su forma física sube hacia el espacio, y el aliento o espíritu de las bestias desciende para debajo de la tierra?"⁶.
¡Aquí vemos la distinción entre cuerpo y espíritu muy bien hecha!
Lo que pertenece a la tierra vuelve a la tierra; lo que pertenece a lo divino vuelve a lo divino; el que ya alcanzó un alto grado evolutivo sube al espacio: el que no se graduó en la escala evolutiva hasta el grado humano desciende para debajo de la tierra, y en uno u otro estado aguarda una nueva oportunidad para volver a la vida terrenal, la forma física, hecha del polvo de la tierra.
Y el sabio predicador continúa en el castigo de la vanidad y del orgullo que tanto ensoberbecen y endurecen a los seres humanos. Y vi que no hay cosa mejor, que alegrarse el Hombre en sus obras, visto que esa alegría es su porción, su recompensa de las buenas obras, su tesoro eterno, por ser poseído en esta vida terrenal y después de ella.
Y aconseja al Hombre la prudencia, en este estilo simple: "...¿Quién lo llevará a ver satisfecho lo que ha de suceder después de él?" —es decir: después de fenecida su forma física, su cuerpo de carne y huesos, que no es más que polvo.
Ciertas corrientes de pensamiento religioso pretenden fundamentar en las afirmaciones del Eclesiastés su creencia en el aniquilamiento total del ser humano cuando muere.
Y por esa errada interpretación afirman: "¡Quien se va de esta vida no vuelve más!".
Y por esta razón visten de negro, cuando mueren sus parientes, porque el negro es la negación del color, y sirve también para negar la vida. Pero por el examen que hicimos, vimos en los mal comprendidos pasajes del Eclesiastés, que no es así, y que allí se hace claramente la distinción entre lo que es divino, y se llama "aliento", y lo que es terrenal y se llama Hombre, cuerpo; y allí se indica el destino de los espíritus, después de la muerte de los cuerpos: los de los humanos suben para el espacio, para el éter; y los de los animales, por su gran atraso en la evolución, descienden para debajo de la tierra.
Si la muerte fuese la destrucción total de estas maravillas que son nuestros cuerpos, ¿Cómo encararíamos la obra divina del Supremo Creador? ¿No sería ella una futilidad?
¿Un trabajo enteramente sin gloria salido de las propias manos del Glorioso? Pero, cuando miramos a nuestro alrededor, para arriba y para abajo, ¿nos queda alguna duda respecto a la Perfección de la obra del Divino Creador?
¡El Supremo Arquitecto del Universo no crea futilidades ni imperfecciones! ¡El Hombre, sí! Dios crea en la más pura belleza y Perfección, y toda su obra se destina a la mayor gloria: la de la ETERNIDAD.
El Hombre crea imperfectamente, porque su obra es incompleta como él. Pero a través del renacimiento vamos alcanzando, gradualmente, la PERFECCIÓN. Y como vamos a tener oportunidad de verificar, a través de los textos sagrados hay muchas alusiones a la maravillosa LEY DEL RENACIMIENTO, gracias a la cual, de vida en vida vamos perfeccionando nuestra forma física, este complicado y delicadísimo cuerpo que en los textos se llama el Hombre hecho del polvo de la tierra, y al mismo tiempo nos graduamos espiritualmente para más altas condiciones, liberándonos de las leyes terrenales.
¡Todos cuantos dejan la vida terrenal vuelven nuevamente a ella! Y solo así nosotros podemos encontrar plena justificación para las profundas diferencias de suerte que notamos de unos para otros.
Se nace ciego, lisiado, rico, pobre, inteligente, imbécil; verdugo o víctima; feliz o infeliz; para mandar o para ser mandado; para subir a las culminaciones del poder y de la abundancia o para ser bajado de ella; noble o plebeyo; para crecer sin dificultades o para vegetar difícilmente.
¿Y por qué, todas estas diferencias? ¿Será Dios capaz de sentir felicidad creando en estas condiciones?
¡No! El misterio reposa en la pesada y negra cortina que se cierra sobre nuestro tenebroso pasado, cuando tomamos, de nuevo, un cuerpo terrenal, al nacer, o mejor al RENACER. ¡Todo lo olvidamos!
Pero la gran verdad es que todos nuestros actos esperan por nosotros, tejen nuestros destinos futuros! Nuestro porvenir depende de nuestro pasado y de nuestro presente. En cada vida nosotros recogemos los frutos de lo que sembramos en otras, y así nuestros destinos estarán, siempre, en perfecta armonía con lo que hicimos, con nuestros procedimientos en vidas pasadas.
Mientras tengamos culpas que rescatar, RENACEREMOS siempre, hasta alcanzar la PERFECCIÓN máxima.
¹ ² Génesis, 3, 19; ³ ⁴ Génesis, 1, 26-27; ⁵ Génesis, 2, 7; ⁶ Eclesiastés, 3, 19 a 22.
Aquí tienes la traducción al español de la segunda parte del texto "O Renascimento nas Escrituras Sagradas" (El Renacimiento en las Sagradas Escrituras):
El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
II
La madre de Samuel, en su fervorosa y consciente acción de gracias al Señor, por haberle dado un hijo que durante muchos años deseó de todo su corazón, hizo varias confesiones reconociendo y reverenciando la grandeza y la magnanimidad del Eterno, Su inmensa e inigualable Sabiduría.
Y durante su larga oración, reconoció que todo su sufrimiento por no haberle sido concedida la ventura de ser madre, era debido a la Ley de Causa y Efecto, que nos fuerza a Renacer sucesivamente, hasta que seamos perfectos.
Ana emplea otras palabras para decir la misma cosa que nosotros dijimos.
Pero vamos a trasladar aquí algunas de sus clarividentes afirmaciones, para que nuestros lectores las puedan apreciar.
"El Señor es Dios de conocimiento; y por él" – el conocimiento – "se ponderan las obras" – de cada uno de nosotros.
"El arco de los varones" – de los guerreros – "se quebró; y los que tropezaban ciñeron" – recobraron – "la fuerza" – volvieron a la ofensiva.
"Los hartos se alquilaron para tener pan"; quiere decir que los ricos que no hacen uso cristiano de su riqueza, cuando vuelvan a Renacer vendrán pobres y tendrán la necesidad de alquilarse, de ponerse al servicio y órdenes de otros ricos o detentores de poder, para obtener su sustento.
De esta manera se confirma el antiguo adagio: ¡No hay abundancia que no termine en hambre!
"Y cesarán los hambrientos", lo que significa: después de las lecciones, bien aprendidas, todos se comportarán de forma que el error no se repita; los detentores de la riqueza y del poder serán ecuánimes y el espíritu cristiano dominará los corazones y los cerebros de los seres humanos, dando así una nueva Humanidad, más perfecta y justa.
"El Señor Mata, Y Guarda En Vida; Hace Descender Al Sepulcro, Y Hace Subir De Él".
¡En este pasaje, la Ley del Renacimiento es reconocida sin rodeos! Dios Mata la forma que tenemos, creada a costa de los cuatro elementos, y así nuestra carne se disuelve, pero la vida que la vivificó y la iluminó con la inteligencia, fue guardada para nuevamente Renacer, cuando el Divino Poder lo permita.
Mata la forma elaborada con el polvo de la tierra, pero guarda la vida, el espíritu, aquella parte divina que la anima y es todo en esa forma.
"Hace descender al sepulcro, y hace subir de él". En estas palabras resalta con la mayor claridad, que la vida continúa, más allá del sepulcro, y que nuevamente reaparece en este Mundo, y en el cual la vida continuará hasta que seamos capaces de comprender que todos somos hermanos, hijos del mismo Creador, teniendo las mismas necesidades, las mismas incertidumbres, los mismos destinos, y que la gran finalidad que tenemos es asimilar, comprender perfectamente la grande y divina Ley del Amor, que a todos ha de unir y elevar al más alto nivel espiritual.
La muerte no es más que transformación, época de examen final y preparación para nuevas existencias, cada vez más refinadas.
De hecho, cuando morimos en este mundo, Renacemos para el mundo espiritual, donde nos esperan otros seres amigos; cuando Renacemos aquí, morimos para esos amigos y nacemos para los que ya habían venido antes que nosotros a este mundo de incertidumbres y dolores. Y por eso mismo nuestro gran Épico, en la canción astrológica titulada Vinde Cá, Meu Tão Certo Secretário (Ven Aquí, Mi Tan Cierto Secretario), así se expresa respecto al momento de su Renacimiento.
"Cuando Vine de la Materna Sepultura, De Nuevo, Al Mundo, luego me hicieron estrellas infelices obligado".
Camões tenía como cierta la Ley del Renacimiento, y por eso no dudó en afirmar: Cuando Vine de la Materna Sepultura, De Nuevo, Al Mundo, es decir, con rumbo al mundo, luego su destino, creado por sus acciones en vidas pasadas, se adhería a él para obligarle a las necesarias reformas de hábitos, punto de partida para el perfeccionamiento individual.
La madre de Camões falleció a consecuencia del parto, y por eso mismo se puede suponer que el Poeta llamó "materna sepultura" a su propia madre. ¡Pero no fue así! En Los Lusíadas, en el primer canto, él nos habla de la Ley de la Muerte, y de la manera en que hemos de librarnos de ella, lo que revela un conocimiento particular del problema. Escuchémoslo:
"Y también las memorias gloriosas
de aquellos Reyes que fueron dilatando
la Fe, el Imperio, y las Tierras Viciosas
de África y de Asia anduvieron devastando,
y aquellos que por obras valorosas
se van de la Ley de la Muerte Libertando".
De hecho, la Ley de la Muerte nos fuerza a renacer y a enmendar nuestros errores, y solo nos liberamos de ella por la perfección moral.
Paracelso, el famoso médico alemán e iniciado Rosacruz, estuvo en Lisboa en el año de 1518, poco antes del nacimiento de Camões, lo que nos indica la existencia de Rosacruces en esta ciudad, por esa época, pues los matemáticos eran todos astrólogos; y en la Universidad, nadie podía matricularse en las cátedras de medicina propiamente dicha sin presentar diploma comprobatorio de haber tenido aprobación en la disciplina de Astrología.
¡Y la Astrología es una de las ciencias más antiguas, y siempre fue cultivada con religioso cariño por los adeptos de esta Fraternidad.
Pero, volvamos al texto sagrado: "El Señor hace pobre y hace rico; abate y también eleva! Él levanta al pobre del polvo, y eleva al necesitado del muladar; para hacerlos sentar entre los Príncipes, y para hacerlos heredar el trono de la gloria".
Examinemos: "...hace pobre y hace rico", quiere decir: da a cada uno en armonía con sus méritos, porque ¡Nuestros Actos Quedan Esperando Siempre Por Nosotros!
Y así, el que en una existencia supo usar de la riqueza y del poder, cuando Renazca continuará poseyendo riqueza y poder.
Pero el que hizo mal uso de esos privilegios, cuando vuelva a este mundo, nacerá en el seno de familias pobres o lo que aún será peor, perderá su fortuna y su poder.
"¡Él abate y también eleva!" Esto significa que podemos ser elevados o abatidos, de armonía con nuestros propios actos. "Él levanta al pobre del polvo", quiere decir que, después de estar hecha la prueba de la pobreza, se será liberado de esas condiciones duras para otras más felices."...
Eleva al necesitado del muladar", de las miserias a las que por sus propios actos descendió, enseñándole las virtudes opuestas al vicio, y así aumentando su valor, su energía espiritual para las luchas que se traban con los instintos y vilezas que siempre nos empequeñecen.
Por la maldad descendemos al muladar; y por la virtud y bondad subiremos de él. Todo sufrimiento, sea en la forma que fuere, es siempre un fuego que depura, y por eso no debemos maldecir el sufrimiento, sino modificar nuestra conducta, de modo a volvernos mejores, más virtuosos, conscientes, fuertes y buenos.
Y al final de esa gran batalla con el demonio que traemos con nosotros al Renacer, y que la Iglesia Católica busca vencer con el Bautismo, estaremos aptos para ser admitidos "entre los Príncipes", entre los que ya vivieron como nosotros, pero se liberaron de la Ley de la Muerte, perdiendo por ese motivo la necesidad de Renacer.
Es por el sufrimiento y por el aprendizaje que nos volvemos dignos de "heredar el trono de la gloria".
Ref.ª: I Libro de Samuel, Cap. II, 3 y siguientes.
El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
III
En el Salmo XXII se describe la desesperada lucha que el Cristo interno, ese dios que mora en nosotros y se llama Espíritu, Yo, Ego, libra cuando se aproxima el término de su peregrinación en la Tierra.
Entonces, la Fe, es decir, la Confianza en el poder divino, es el único apoyo del Espíritu que anhela liberarse del círculo vicioso del renacimiento, al que está ligado por las consecuencias de su maldad.
Él tendrá que aprender las lecciones de la vileza y solo después podrá renunciar a los placeres tan fugaces de la materia, siempre engañadores, ilusorios, generadores de sufrimiento.
En este Salmo se hace un relato bastante preciso de lo que vino a suceder a Jesús, al final de su existencia terrenal, dándose al mismo tiempo como cosa cierta la tribulación para todo aquel que prepara su ascensión al plano espiritual. Y nosotros encontramos entre las sentencias populares una, que nos notifica la misma suerte: "¡Quien se mete a redentor es crucificado!"
Este Salmo es especialmente recomendado para la lectura y meditación matutina, antes del comienzo de los trabajos cotidianos.
Al final del referido Salmo el autor hizo dos afirmaciones muy importantes y que nos aclaran respecto al renacimiento, y de su mecanismo, en estos términos:
"Una simiente le servirá: ella será reputada por generación delante del Señor."
Basados en los textos bíblicos, los Rosacruces enseñan que, en el momento en que morimos, cerramos para este mundo nuestra vista física y abrimos todos los sentidos del Espíritu para la eternidad.
Entonces, al exhalar el último aliento, comenzamos a ver la película de la vida que terminamos. Y esa película comienza exactamente del momento de la muerte hacia el nacimiento, terminando exactamente en el momento en que se respiró por primera vez.
De esta manera grabamos en un átomo del corazón ya en reposo la memoria de todo cuanto hicimos en este mundo. Y nuestras vidas futuras dependerán largamente de la nitidez de la grabación de esa memoria o simiente del porvenir.
Este átomo, que el espíritu lleva consigo, para sobre él preparar el próximo renacimiento, se llama Átomo-Simiente, porque en él está contenido todo nuestro destino futuro.
Y por ese motivo el Sabio Rey David le llama "Una simiente", y nos garantiza que "Será reputada por generación delante del Señor", porque el Salmista sabía que el átomo-simiente, también llamado en los escritos sagrados el Libro de la Vida, contiene el registro de todos nuestros actos, esas simientes que son nuestros actos, y que, en vidas futuras han de germinar, crecer, florecer y dar sus frutos, para que, de generación en generación, es decir, de vida en vida, de renacimiento en renacimiento, podamos vencer nuestra gran, a veces irresistible inclinación hacia el mal, y nos inclinemos amorosa y entusiastamente al Bien, a lo Bello, a la Perfección.
El átomo-simiente guarda en sí mismo, en el éter de que se formó, todo cuanto necesitamos para asegurar una evolución normal. Por ese motivo la persona que fallece debe ser defendida de inmediato contra los alaridos, los gritos, las discusiones, para que en Paz, en el más profundo silencio, pueda estar entregada a la contemplación de ese panorama de la vida terminada, para que pueda recoger integralmente todas las imágenes de lo que hizo mientras vivió en la Tierra.
Este será el más perfecto homenaje que se podrá prestar a quien muere, pues se traduce en un inestimable auxilio para las vidas futuras que el Ego tendrá.
Llorar junto a quien muere, o hacer luto, es causar al fallecido el mayor perjuicio que se puede imaginar, pues de este modo se le perturba la recogida de la película de la vida terminada y se impide que pueda establecer el programa de la futura vuelta a este mundo.
Llorar, lamentar a quien muere, o perturbar el silencio que necesita para ver bien las imágenes de lo que hizo mientras vivió en la Tierra, ¡es un crimen!
De ese modo se impedirá al fallecido organizar su átomo-simiente, su crónica o historia de lo que fue, para que sobre ese registro pueda esbozar sus directrices de las vidas futuras, sufriendo así un perjuicio imposible de calcular, ¡pero ciertamente enorme!
Hablando de los gentiles, es decir, de los no iniciados, David afirma que todos entrarán por la misma puerta estrecha de la iniciación, del conocimiento, y se liberarán de las condiciones terrenales por el conocimiento de las divinas.
"Ellos vendrán, y anunciarán su justicia a un pueblo que, por él haber hecho el sacrificio, Ha de Nacer".
"Por él", quiere decir, por el Cristo, que vendría a este mundo, para despertar a los más adelantados en la evolución, a las cosas divinas. Ellos serían después los continuadores de la grandiosa obra del Mesías, destinada a despertar al mayor número de Egos capaces de ayudar a los Seres Divinos en su noble misión de acelerar nuestras condiciones evolutivas. Después de la venida de Cristo, esos nacerían, vendrían a este mundo en plazos más cortos, con la misión de impulsar el progreso de sus hermanos divinos, como ellos vistiendo cuerpos de carne y huesos, hechos del polvo de la Tierra y a la tierra destinados.
"...delante de él se postrarán todos los que descienden al polvo".
Pero, a los que por cómoda ignorancia niegan el renacimiento, daremos un poco más de la luz del famoso Rey David, que se revela profundo conocedor de la ciencia espiritual.
Él nos dice, de la muerte y del regreso a la vida, lo siguiente:
"...quitándoles tú el espíritu expiran, y vuelven a su polvo.
Enviando tú tu espíritu, son creados: y renuevas la faz de la Tierra".
Aquí se afirma la existencia del espíritu independiente de la forma corporal, y su vuelta a este mundo después de haber sido restituida al polvo de la Tierra esa forma.
Es bien clara la distinción entre la parte divina, eterna, y la transitoria, terrenal, hecha de polvo y al polvo condenada a reducirse por la muerte, como bien clara es también la afirmación de que el espíritu vuelve a renacer – "quitándoles tú el espíritu, expiran, y vuelven a su polvo.
Enviando tú tu espíritu, son creados: y renuevas la faz de la Tierra". Esto es: ¡se renueva la faz de la Tierra por el renacimiento sucesivo! Y si así no fuese, ¿Cómo podríamos evolucionar? Sí, ¿Cómo nos perfeccionaríamos?
Primeramente tenemos que aprender las condiciones terrenales y las ventajas e inconvenientes de someternos enteramente a sus leyes: después nos graduaremos para mundos más bellos; y todo se conseguirá por el Renacimiento, una vez en una forma física, otra en otra; una vez en la femenina, otra en la masculina, y así se justifican los rudimentos de senos que tiene el hombre, y que hasta la pubertad el muchacho y la muchacha mantengan formas corporales muy aproximadas; y que nuestros destinos sean tan caprichosos.
Isaías, que muchos siglos antes de la venida de Jesús anunció su nacimiento, lo que haría y cómo terminaría su paso en este mundo, al hablar de ese espantoso acontecimiento que conmovería el mundo, dijo:
"Tus fallecidos vivirán", quiere decir que volverán a vivir, a renacer. Y Malaquías, el último Profeta, nos habla del Renacimiento con la mayor naturalidad, lo que prueba ser doctrina corriente en aquel tiempo. Él así nos anuncia la venida de Elías:
"...estoy para enviaros a Elías, el Profeta, antes que venga el día grande y terrible del Señor".
Referencias
Salmos: XXII. N.ºs 31 y 32; CIV, N.ºs 29 y 30; Isaías, Cap. XXVI. n.º 19; Malaquías, Cap. IV n.º 23.
El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
IV
Entremos, ahora, en el examen del Nuevo Testamento, donde el problema del Renacimiento es tratado en términos que no dejan dudas y nos muestran ser una doctrina corrientemente aceptada y defendida por los Cristianos y por sus antecesores – los Esenios.
Refiriéndose a Juan Bautista, Jesús dijo:
"Porque este es aquel de quien está escrito:
He aquí yo envío mi Ángel delante de tu faz, el cual aparejará tu camino delante de ti.
De cierto os digo, que no se levantó entre los nacidos de mujeres, otro mayor que Juan Bautista, mas el menor en el Reino de los Cielos es mayor que él. Y desde los días de Juan Bautista hasta ahora, se hace fuerza al Reino de los Cielos, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los Profetas, y la Ley hasta Juan dijeron: Y si lo queréis recibir, este es Elías, que había de venir"¹.
"Este es Elías, que había de venir", revela que Juan Bautista era el propio Elías.
No se puede interpretar de otro modo esta afirmación del Mesías.
Reino de los Cielos quiere decir paz de Conciencia, nacida de una elevada pureza, y no un lugar donde podamos estar inactivos.
El menor en el Reino de los Cielos ya está libre de las condiciones mezquinas de la Tierra y por este hecho es mayor que el mayor de los que aún viven en la Tierra, en las condiciones terrenales.
Desde los días de Juan Bautista hasta ahora se hace fuerza al Reino de los Cielos, y los violentos lo arrebatan, quiere decir que las condiciones evolutivas de la Humanidad, a partir de Juan Bautista se modificaron, volviéndose mejores hasta el punto de que los violentos, los de voluntad fuerte, puedan vencer sus imperfecciones que les creaban dificultades ascensionales, y entrar más deprisa en ese maravilloso estado de perfección que los Cristianos llaman Reino de los Cielos.
"En aquel tiempo oyó Herodes, el Tetrarca, la fama de Jesús; y dijo a sus criados: Este es Juan Bautista; levantase él de los muertos, y por eso obran en él las maravillas"².
Aquí, Herodes admite plenamente la resurrección de Juan Bautista, o por lo menos que el precursor haya utilizado el cuerpo de su primo Jesús para manifestarse a los vivos, lo que parece mostrar que en aquel tiempo era creencia general.
Y no debe causar asombro esa creencia de Herodes, porque en nuestros días, se admitió, en el proceso para la canonización de Pío X, el testimonio de un abogado de Nápoles – Francesco Balsane – y el de una monja – Maria Luísa Scorci – que declararon haber sido curados de gravísimas enfermedades incurables, ¡por el espíritu del difunto Pontífice Pío X!³.
En todos los tiempos los vivos y los "muertos" pudieron comunicar entre sí, para practicar el bien, o para el mal, y la propia Iglesia Católica nos da innumerables testimonios de este hecho.
"Y viniendo Jesús a las partes de Cesárea de Filipo, preguntó a sus Discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del Hombre?"
Ellos respondieron: "Unos dicen que Juan Bautista, y otros que Elías, y otros que Jeremías, o alguno de los Profetas".
"¿Mas vosotros, quién decís que soy yo?"
Y Simón Pedro dijo: "Tú eres Cristo, el hijo del Dios vivo"⁴.
La teoría del Renacimiento era la base de toda la religión de los Esenios, que fueron los preparadores del advenimiento del Cristianismo. No extraña, por ese motivo, que el Mesías, al examinar a sus alumnos o Discípulos, los interrogase respecto a ese punto fundamental de su creencia.
Y la respuesta de Pedro muestra bien claramente cómo todos creían en la antigua teoría del Renacimiento y en la Resurrección, pues nos muestra no solamente su opinión individual, sino la de muchos, que admitían que Jesús fuese Juan Bautista, algún tiempo antes asesinado por orden de Herodes, o que, si no era el Bautista sería Elías o cualquiera de los profetas antiguos.
Uno de los puntos que más contrariaron la aceptación de Jesús como Redentor, fue la condición en que pertinazmente se mantenían los Escribas, de que el Mesías no vendría sin que primero renaciese Elías. Por esta razón los Discípulos de Jesús le preguntaron:
– "¿Por qué dicen los Escribas, que es necesario que Elías venga primero?"
Y Jesús respondió:
– "En verdad Elías ha de venir primero y restaurará todas las cosas. Mas os digo, que Elías ya vino, y no lo reconocieron; antes hicieron de él cuantas cosas quisieron.
Así padecerá también el Hijo del Hombre".
"Entonces entendieron los Discípulos que Él les hablaba de Juan Bautista"⁵.
En estos pasajes el asunto está delineado con tan gran claridad que nos dispensamos de explicarlo.
Dejemos ahora el Evangelio de Mateo y pasemos al de Marcos, donde proseguiremos en la búsqueda de enseñanzas o de revelaciones acerca del Renacimiento, y aquí encontramos nueva edición de lo que ya fue expuesto:
Herodes, asombrado con los hechos de Jesús, cree que el Salvador sea el propio Juan Bautista resucitado; otros afirman que Jesús era Elías o bien cualquiera de los famosos profetas antiguos⁶.
Y de esta manera se muestra la misma fe inquebrantable, la misma creencia en la Ley del Renacimiento.
Lucas, el Terapeuta o Médico esenio, hace en su Evangelio la reedición de las mismas afirmaciones de Mateo y de Marcos⁷, yendo un poco más allá de ellos, en aquel encuentro de los Saduceos que negaban la resurrección – y Jesús, a quien interrogan:
– "Maestro: nos escribió Moisés que si muriera el hermano de alguno, teniendo mujer, y muriera sin hijos, que tomase su hermano a la mujer y levantase simiente a su hermano. Había, pues, siete hermanos. Y el primero tomó mujer, y murió sin hijos.
Y el segundo tomó la mujer, y también este murió sin hijos. Y la tomó el tercero, y así también los siete, y no dejaron hijos y murieron. Y después de todos murió también la mujer.
En la resurrección, ¿de cuál de ellos es la mujer?"
Y respondió Jesús:
– "Los hijos de este siglo se casan y se dan en casamiento.
Pero los que han sido juzgados dignos de alcanzar aquel siglo, y la resurrección de los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento.
Porque ya ni pueden más morir; porque son iguales a los Ángeles. Y que los muertos hayan de resurgir lo mostró también Moisés, en la Zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Ora Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, por que todos viven para con Él"⁸.
La muerte nos despoja de la forma terrenal, hecha del polvo de la Tierra, y por este hecho las relaciones conyugales quedan deshechas con el fallecimiento, razón por la cual desde la más remota antigüedad se reconoció a la viuda el derecho de contraer nuevo matrimonio.
Los sexos solo existen en el cuerpo corruptible, carnal.
Por eso, en el mundo espiritual no aparecemos como marido y mujer, sino como amigos, enteramente libres de condiciones terrenales. Y conviene no olvidar que la forma más bella del amor es la amistad, porque no exige ni ofrece retribución interesada a cambio.
Las relaciones conyugales son necesarias solo en este mundo, mientras vivimos en cuerpos de carne y huesos, para que podamos reproducir las mismas formas y mantener el equilibrio en el plano evolutivo.
En el mundo espiritual no hay necesidad de los sexos. Sin embargo, cada espíritu posee las dos polaridades pero solo hace uso de ellas mientras habita el cuerpo carnal. Y solo nos reproducimos mientras no alcanzamos la perfección moral o espiritual. P
orque, llegados a tan alto estado de perfección, termina nuestra carrera evolutiva y quedamos para siempre libres de las condiciones terrenales del Renacimiento, y entonces todos seremos cristos o dioses y en este altísimo estado no volveremos a Renacer en la Tierra.
Por este hecho el Divino Maestro dijo de los que llegan a la meta, que ya ni Pueden más Morir.
Estas palabras – Ya ni Pueden Más Morir – solo por sí, muestran que morimos muchas veces, y tantas cuantas sean necesarias para alcanzar la más alta perfección, pues solo después de alcanzar esta no podemos más morir, y consecuentemente renacer.
Y finalmente llegamos al Evangelio de Juan, el más trascendente de todos.
Los Judíos mandaron sacerdotes y levitas a Juan Bautista, para que los informase de su naturaleza, y los emisarios lo interrogaron de este modo:
– ¿Eres tú Elías?
– Y Juan Bautista respondió:
– No lo soy.
– ¿Eres tú el Profeta?
– No.
– ¿Por qué bautizas, si no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?
Y Juan Bautista respondió:
– Yo bautizo en agua.
Pero en medio de vosotros está quien vosotros no conocéis.
Este es el que viene detrás de mí, el cual fue antes de mí, y del cual yo no soy digno de desatarle la correa del zapato⁹.
Los sacerdotes y los levitas admitían perfectamente que Juan Bautista fuese Elías o cualquiera de los grandes profetas antiguos, lo que prueba que la teoría del renacimiento era aceptada sin reticencia por el clero judaico.
Es interesante el caso de Nicodemo:
"De cierto te digo, que quien no naciere de nuevo no puede ver el Reino de Dios. Dícele Nicodemo:
¿Cómo puede un hombre nacer, siendo viejo?
¿Acaso puede volver a entrar en el vientre de su madre, y nacer?
Respondió Jesús: De cierto te digo, que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Aquello que es nacido de la carne, es carne; aquello que es nacido del Espíritu, es Espíritu.
No te maravilles de que yo te diga: os es preciso nacer de nuevo. El Espíritu sopla donde quiere, y tú oyes su voz: pero no sabes de dónde viene, ni para dónde va: así es todo aquel que nació del Espíritu.
Pregunta Nicodemos: ¿Cómo se pueden hacer estas cosas? Respondió Jesús: ¿Tú eres Maestro en Israel, y no sabes estas cosas?
De cierto te digo, que decimos lo que sabemos; y de lo que vimos, damos testimonio, y ni por eso recibís nuestro testimonio. Y en las cosas terrenales os he hablado, y no creéis; ¿Cómo creeréis, si os hablo en las celestiales?"¹⁰.
No necesita comentario lo que acabamos de leer. Fue copiado de la Escritura Sagrada, aceptada por todas las religiones como siendo la palabra de Dios. Esto nos basta para que merezca nuestro profundo respeto y por lo tanto aceptemos como cierta nuestra vuelta a este mundo, para recoger en él todos los frutos de lo que sembramos con nuestros pensamientos y acciones, que todos esperan por nosotros, paciente e inflexiblemente, para ser cosechados por nosotros.
Si no fuera así, ¿cómo nos perfeccionaríamos?
¿Cómo evolucionaríamos nosotros si no renaciésemos y si no probásemos hasta a veces el cáliz que por nuestra libre y espontánea voluntad preparamos a lo largo de vidas?
Todos nuestros actos esperan por nosotros y nos harán saber cuánto valen.
Por esta vía enderezaremos nuestra carga y llevaremos la cruz sombría de nuestros cuerpos hasta la cima del calvario, y allí veremos cómo dejó de ser negra y se tornó blanca, inmaculada y refulgente de luz.
A costa de nuestros errores, siempre generadores de sufrimiento y de tristeza, nosotros abriremos los sentidos espirituales y perfeccionaremos nuestros caminos, nuestros modos de pensar y de actuar.
Para terminar, aún un caso más que nos habla del Renacimiento.
– "Rabí, ¿Quién pecó? ¿Este, o sus padres, para que naciese ciego?"¹¹.
En la Ley antigua se afirma que el Dios de Raza vengaría la iniquidad de los padres en los hijos hasta la quinta generación, pero no se dice que en estas generaciones los personajes alcanzados por la venganza divina, eran los mismos que habían andado mal y después Renacieron para recoger los frutos de sus actos.
Pero los padres, Renaciendo, vivirán en sus propios actos anteriores, porque, cada uno de nosotros construye, con sus actos, en una vida, el mundo en que después vivirá. De ahí la sentencia: "Así como hicieres, hallarás".
¡Porque, no sería justo que pagase el inocente por el culpable! Ni los seres Divinos que velan por nuestra evolución nos llevarían por caminos tan duros y tortuosos.
El padre de hoy será hijo mañana, y tendrá entonces solamente lo que mereció.
Por eso aquel que nace ciego viene indigno de usar un instrumento de que en vidas pasadas hizo mal uso.
¿En qué condiciones renacerá aquel que, por haber visto la belleza en toda su plenitud, no la supo ver, sino que antes la manchó con su impudor y lascivia?
¿Aquel que no se cansó en una vida de abrir a las doncellas el negro camino de la podredumbre moral?
Quien hace mal uso de la vista, y por causa de ella prostituyó la pureza, es más que cierto que renacerá con limitaciones visuales, limitaciones que van, muchas veces, hasta la privación total del uso de la vista.
Por lo tanto, quien pecó, no fue el padre del que nació ciego, sino el propio ciego.
Y la pregunta muestra ser corriente la doctrina del Renacimiento, en aquel tiempo, visto que el preguntante admite que el ciego haya sido el culpable de su ceguera, y si así es, él solo podía haber pecado en otra vida antes de esta.
Y la doctrina del Pecado Original, ¿en qué estriba, sino en las culpas de vidas pasadas?
¿No será esa doctrina una confesión tácita de la Ley del Renacimiento?
Todos los cristianos tienen como base de su creencia la Ley del Renacimiento, y en base a ella se preparan para su perfeccionamiento individual, única vía segura que lleva a la entera liberación de las condiciones mezquinas y dolorosas de la Tierra, por la Cristificación.
Notas
¹ ² ⁴ y ⁵ Mat – XI, 14; XIV, 2; XVI, 13-14, XVII, 10 y 13.
³ Periódico Novedades – N.º 19.227 de 30-5-1954.
⁶ Mar VI, 14-16; VII, 27-28: IX, 13.
⁷ y ⁸ Luc IX, 7-9, y 18-20; XX, 34 y 38.
⁹ ¹⁰ y ¹¹ Jo I, 15, 21-30; III, 3-4; VIII, 58; IX, 2.
El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
V
Después de la larga peregrinación por las tupidas columnas de las Sagradas Escrituras, vimos cómo en ellas se fijó, cautelosamente, el antiguo conocimiento de los destinos de todos los seres terrenales, pues lo que tienen los humanos, descontadas las diferencias que los distinguen de todas las otras especies, es común a todos: al cabo de cierto espacio de tiempo se cierra un ciclo evolutivo y viene la necesidad imperiosa, fatal, de cambio en las condiciones; se inicia un periodo de reposo y asimilación de lo que se recogió durante las experiencias realizadas en el ciclo terminado. Y a esto se convino en llamar Muerte.
Por eso los seres que viven en la Tierra no superan determinadas edades.
El Hombre, hasta que llega a la plena madurez, necesita pasar por transformaciones que abarcan un ciclo de veintiún años – ¡tres veces siete! –, y en cada siete años, inicia y concluye una tarea: del nacimiento a los siete años organiza el cuerpo vital, el resorte real de toda su vitalidad; de los siete a los catorce años, forma el cuerpo de deseos – aquella parte de nosotros mismos, tan compleja y al mismo tiempo tan maravillosa, que nos hace sentir, ver, gozar, sufrir, amar, odiar, en suma: ¡que nos hace actuar, buscar, luchar, crecer anímicamente, evolucionar! – de los catorce a los veintiún años estructura el cuerpo mental – el conjunto de piezas que formarán la mente, el instrumento pensante, que permitirá al Ego tomar entera responsabilidad de sus actos.
Y tanto es así, que hasta hoy la ley no reconoce a los humanos su completa madurez, su mayoría de edad, su plena posesión de lo que llamamos razón, antes de los veintiún años¹.
¡Solo después de veintiún años estamos completos, enteramente aptos para la responsabilidad total de nuestros actos! Sin embargo, las especies de vida inferiores al Hombre, desprovistas de los complejos dispositivos que tienen los seres humanos para su manifestación en la Tierra, ¡alcanzan su mayoría de edad mucho más pronto!
Y la mayor parte de ellas tiene una duración muy inferior a la nuestra, ¡muriendo antes de que nosotros hayamos alcanzado la mayoría de edad!
Es que, infinitamente más atrasados en la evolución, ellos necesitan renacer muchas más veces que los seres humanos.
No obstante, podemos encontrar algunas especies que prolongan su existencia mucho más allá de la nuestra, lo que muestra un gran avance en la evolución de esas especies, y también su rareza.
Este avance en la escala evolutiva está circunscrito a cada especie, que por muy avanzada que esté nunca sale de esa especie hasta que alcance las condiciones para constituir, en una época futura y muy distante, una nueva humanidad. Estas especies, a medida que alcanzan determinado nivel evolutivo, parece que dejan de renacer – y por eso escasean tanto.
La Muerte no es más que reposo, descanso y asimilación de los frutos de las experiencias realizadas – pero solamente cuando es natural, esto es, cuando llega al fin del ciclo predestinado: ¡porque en la muerte violenta, particularmente en el suicidio, no sucede así!
No hay reposo ni asimilación y tenemos que recomenzar el ciclo interrumpido, ¡exactamente en medio de las mismas condiciones que llevaron a poner término a la existencia! Se renace, por lo tanto, en medio de condiciones particularmente difíciles y con total falta de valor para repetir ese acto desquiciado, porque nos queda de él un terror extraño y no podemos siquiera soportar esa idea tan negra, siniestra.
Y así completaremos el ciclo interrumpido, falleciendo entonces naturalmente para entrar en el reposo y asimilación de los frutos que sembramos hasta allí.
Porque, nuestros actos – de los más insignificantes a los más graves – ¡esperan siempre por nosotros! Y son ellos mismos los que forman nuestros destinos, en armonía con la Divina Ley de Causa y Efecto, que tan sabiamente rige todos nuestros actos y conduce toda nuestra evolución a lo largo de vidas sucesivas – todo nuestro perfeccionamiento moral y físico en el sentido de la más alta dignificación humana.
Escribiremos, de aquí en adelante, no sobre el renacimiento en las escrituras sagradas, sino respecto a las causas y a los efectos de nuestros pensamientos y actos, a lo largo de vidas y de sus repercusiones en el renacimiento.
Podremos así meditar sobre las consecuencias de toda nuestra actuación, día a día, momento a momento, y seguir la recomendación del precursor del Cristianismo, enderezando nuestras sendas, esto es, nuestros modos de ser, para así apresurar nuestra evolución – que otra cosa no es que nuestro perfeccionamiento individual.
Notas
¹ [Nota de referencia al margen]
El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
VI
¿Por qué vinimos al mundo? ¿Por qué tanta desigualdad en los destinos humanos?
¿Por qué se nace para la pobreza o para la riqueza? ¿Para ser genio o cretino?
¿Para tener inteligencia lúcida u obtusa? ¿Disponer de ojos perfectos, deficientes o incluso ciegos? ¿Ser feliz o infeliz?
Todas estas preguntas y muchas otras nos fueron dirigidas por personas torturadas e incrédulas de las religiones, ignorantes de una sabia ley que todo lo rige desde lo alto de los Cielos: vinieron como flechas envenenadas por un escepticismo impresionante y doloroso, disparadas por almas que vivían en la más angustiosa y negra ignorancia de las Leyes Divinas, ¡y ya listas para el suicidio, en el que preveían la única solución a sus cruciales problemas!
Las escuchamos con aflicción, ¡sin un atisbo de lo que podríamos responder!
Tan pequeños nos sentíamos para tan grande obra, cual era la de cambiar el rumbo a pensamientos tan pesados y sombríos.
Eran conciencias entenebrecidas que se arrodillaban delante de nosotros, que se abrían en confesión sincera y pura, ansiosas de luz y de consuelo moral, que les permitiese un rumbo nuevo.
Y por esto mismo nos sentíamos ligados a los infelices, solidarios con ellos en su gran dolor.
Y en la búsqueda de auxilio para liberarlos del suplicio de la duda, así les hablamos:
En un tiempo que dista de nosotros muchos millones de años – ¡tal vez incluso billones!
¿Quién lo sabe? – nosotros, los seres humanos, iniciamos nuestro descenso del mundo celeste, en peregrinación por los dominios de la materia. Y poco a poco fuimos disponiendo las cosas para crear los medios de utilizar la materia, moldeándola y al mismo tiempo sondeando hasta lo más profundo sus leyes. Y, con lentitud desesperada, fuimos organizando cada una de las piezas que forman nuestros cuerpos, ¡estas maravillas de ingeniería y ciencia puras!
Pero... ¡la materia también posee sus leyes! Porque, en el Universo todo se rige por leyes, de varia naturaleza, y por eso el Hombre, para disciplinarse, crecer espiritualmente, también se vio compelido a dictar leyes, a regirse por leyes.
Por eso todas las escuelas de filosofía ocultista afirman que, en abajo, aquí en la Tierra, es como en arriba, en los mundos espirituales o celestes.
A medida que el Hombre organizó sus medios de contacto con la materia, comenzando por los más sutiles y terminando en los más groseros o densos, que son la carne y los huesos, fue volviéndose, también, esclavo de las leyes terrenales y creó vicios, cayó en el dominio de los instintos, siempre amigos de todo cuanto es vil o envilece.
¡Y así se olvidó de su primitiva pureza celeste! Por esta vía se volvió interesado, egoísta y malo. De esta suerte se apartó cada vez más del plano divino, ¡creando para sí mismo las más duras condiciones!
Vinimos al mundo terrenal como espíritus originales, puros, inocentes, para trabajar con la materia, aprendiendo a moldearla y a dominarla, y así graduarnos para más altas tareas, porque, nacidos de un Dios, somos, ipso facto, dioses también, y tenemos a nuestra espera altas tareas a realizar.
Sin embargo, los traicioneros lazos de la materia, siempre ilusorios, desconciertan los medios de que disponemos para esa orientación en el rumbo divino, y vuelven más difíciles nuestras condiciones, más penosa nuestra ascensión, que solo se conseguirá por un constante perfeccionamiento individual, que se llama Evolución.
¡Lo que somos ahora no es el resultado de un acaso, fortuito e ilusorio! Es el sumatorio de lo que fuimos, al comienzo de vidas pasadas.
La muerte no destruye la vida, sino que suspende la existencia, cariñosamente, para que volvamos a la patria celeste, al alimento divino, ese Maná que nos volverá más fuertes y lozanos, de vida en vida.
La muerte es simplemente un tiempo de examen de lo que hicimos, de recogida de los frutos de nuestras acciones, de descanso y preparación para mayores avances en la senda progresiva de la evolución.
Renacemos, por lo tanto, para continuar a evolucionar, en busca de la perfección, y por eso mismo, en este mundo vivimos entre espinos y rosas crucificados.
Así como la rosaleda está erizada de espinos, pero da, para su cortejo, las más bellas flores, así nosotros, espíritus divinos, tenemos cuerpos erizados de deseos que hieren como espinos, porque nos llevan a acciones maldosas, que nos crean responsabilidades, amarguras y dolores, sin embargo, sin dejar de abrirnos los ojos para las más altas realidades.
Son las rosas nuestros símbolos más queridos, por eso mismo.
Somos los señores de nuestros pensamientos y actos y por esa razón tenemos que asumir la entera responsabilidad que de ellos emerge, porque nuestras acciones esperan siempre por nosotros y son ellas las que forman nuestros destinos.
¡Vinimos al mundo para saldar culpas, viejas culpas de vidas pasadas!
Por eso lo que tenemos ahora no es más que el fruto de lo que sembramos en vidas pasadas.
Tenemos, por lo tanto, que ser valientes para enfrentar nuestras dificultades y vencer los obstáculos que creamos dando rienda suelta al caballo de nuestras pasiones viles, ¡y solo lo conseguiremos poniendo estricto freno al animal, a lo grosero que tenemos en nuestros corazones!
Solo así, viviendo la vida, pero dignificándola siempre, nosotros venceremos la batalla cruenta de la existencia. Y tendremos, después, horizontes límpidos, la conciencia libre y en paz. Hasta que esto podamos conseguir, la lucha será necesaria, y cada vez más fuerte, con nosotros mismos, para sublimar todo cuanto en nosotros sea grosero.
¡No es lo grotesco lo que permanece, en nosotros, sino lo sublime!
Sin embargo, no se llegará a lo sublime sino por vía de lo grosero.
Pero, como aconseja San Pablo, es bueno probar de todas las cosas, para después separar lo que sea limpio y bueno, de lo que es sucio y malo. Retened apenas lo que sea limpio y bello.
Para esto vinimos al mundo.
El Renacimiento en las Sagradas Escrituras
Capítulo VII
La Divina Ley de la Causa y del Efecto
¿Por qué tantas desigualdades en los destinos humanos?
Cuando el cuerpo físico alcanzó la eficiencia necesaria le fue dado al Hombre el uso de la razón y de la palabra.
Entonces, los seres humanos comenzaron a pensar y a convertir sus pensamientos en palabras.
El Hombre comenzó a tener conciencia de su posición entre las restantes criaturas de la Tierra, pero se volvió egoísta, celoso de sus intereses y de sus conveniencias.
Y así se volvió malo, puesto que, para defender sus intereses, tenía que despreciar los de sus semejantes.
De este modo, cada ser humano comenzó a separarse de los otros, cuidando mucho más de sí mismo que de sus hermanos o compañeros.
Y, por eso, el Hombre quedó, a partir de ese momento, entregado a sí propio para que, usando la razón, fuese juez de sus propios actos y pudiese escoger entre el Bien que lo elevaría más rápidamente de Hombre a Superhombre, o el Mal que lo amarraría cada vez más apretadamente a la Tierra y a sus dolorosas condiciones.
Así, al Hombre, que había sido creado enteramente libre, le era mantenida esa misma prerrogativa. Continuaba siendo totalmente libre para actuar como quisiese, con la certeza de que todos sus pensamientos o acciones mentales, y los propios actos físicos, quedarían esperando por él, formarían su futuro ambiente, impregnado de alegría o de tristeza, de felicidad o de infelicidad.
Como dice el dicho, "así como hacemos, también habremos de recoger".
¡Nuestros actos esperan siempre por nosotros y son ellos los que tejen nuestros destinos!
Así como hagamos, así mismo hallaremos cuando volvamos a este mundo, cuando renazcamos. Y porque lo que hacemos en una vida prepara la otra que le sigue, cuando nacemos ya traemos con nosotros las probabilidades de lo que irá a ser nuestra vida, nuestro destino o hado.
Y es así que, al nacer y al morir, todos somos iguales: las diferencias se deben a esta misteriosa palabra: Destino.
De hecho, así como nuestros modos de ser y de actuar son diferentes, también el destino de cada uno de nosotros es distinto.
¿Y por qué se nace, entonces, para la pobreza o para la riqueza?
Siempre han de haber pobres y ricos, pero lo mejor sería que todos supiesen usar con nobleza la fortuna, porque así la felicidad humana sería mucho mayor.
Veamos ahora el cuadro inverso.
Si poseemos riqueza y de ella nos servimos para humillar a nuestros semejantes, considerándolos inferiores, tratándolos con desprecio y explotando incluso su trabajo sin darles la justa remuneración; si usamos los medios de fortuna solo para solaz de nuestro hinchado egoísmo, cerrando nuestros oídos a las quejas de nuestros hermanos desventurados y pobres; si además de no ayudar a nuestros semejantes necesitados de auxilio, con entusiasmo y amor, aún los explotamos y disminuimos en su libertad y posibilidades de ennoblecerse cada vez mejor, entonces, cuando volvamos a renacer, tendremos nuestra cuna entre gente humilde y pobre.
La explicación es simple. En esas condiciones vendremos despojados de las posibilidades de obtener riqueza. Caeremos en la convivencia de personas sin medios de fortuna, ¡y con ellos compartiremos las condiciones ásperas de los sin-suerte, de los revoltados e inconformistas! Sentiremos, entonces, que teníamos derecho a una buena parte en la felicidad que viene por el dinero, por la riqueza material, pero todo a nuestro alrededor se prepara para que no podamos obtener los medios financieros que nos concedan más amplia libertad de movimientos.
Y, para muchos que usaron mal la fortuna, ¡no solo están impedidos de obtenerla, sino que les viene negado también el mínimo auxilio de ella!
Los seres humanos no nacen como las tristes hierbas que nadie siembra pero que resurgen siempre en la época propia. Renacen las pobres hierbecitas en la mayor humildad y, sin que nadie las siembre o cuide de ellas, dan siempre las mismas hojas, las mismas flores y las mismas semillas que, a su vez, darán al mundo nuevas y graciosas plantitas.
¡Pero nosotros, los seres humanos, nacemos siempre diferentes de vida en vida! Estas diferencias son exactamente el producto de lo que hicimos de vida en vida.
Y lo que sucede con la riqueza sucede con todos los ramos de la actividad humana, lo que confirma plenamente el dicho popular:
"¡Así como hicieres, hallarás!"
Es claro que el proverbio no dice cuándo ni cómo habremos de hallar los resultados de nuestras acciones, pero nos deja la certeza de que los habremos de encontrar, algún día, en esta o en otra vida, y esto es lo que verdaderamente importa.
El porqué de las desigualdades en los destinos humanos está ligado al pasado de cada uno de nosotros.
Aquel que hace las cosas vivirá en ellas.
Por lo tanto, si queremos destinos mejores, tenemos que enmendar nuestra conducta, día a día, momento a momento y, así, corrigiendo nuestros modos de ser y de actuar, de manera que los malos se vuelvan buenos y los buenos aún mejores, venceremos todos nuestros obstáculos porque, con este procedimiento, estaremos alterando nuestros destinos.
Es actuando que los tejemos y solo actuando los habremos de modificar, para mejor o para peor, pero ciertamente en armonía con lo que hagamos.
Para eso tenemos que persistir siempre, con tenaz voluntad de mejorar, de ser más nobles de sentimientos y de acciones.
Capítulo VIII
La Divina Ley de la Causa y del Efecto
¿Por qué se nace genio o cretino?
¡La Divina Ley de Causa y Efecto regula sabiamente nuestra actuación en este mundo!
Todo cuanto Pensamos y todo lo que Hacemos está bajo el ámbito de esta maravillosa ley.
No podemos escapar de ella pues la tenemos impresa en cada célula de nuestros cuerpos, y con ella está siempre el registro fotográfico de todo lo que Pensamos y Hacemos y, con él, el castigo y la recompensa.
Cada uno de nosotros vive en su propio ambiente, en el mundo que construyó, y de ahí no podrá salir sin primeramente reformar por completo sus hábitos, de modo a transformar lo grosero en sublime.
Somos responsables por todo cuanto pensamos y por todo lo que hacemos.
¡Así, de vida en vida vamos edificando para nosotros, vamos preparando el ambiente en que habremos de movernos y vivir! En la próxima vuelta a este mundo nosotros solo tenemos como programa lo que hicimos en la presente existencia y otras deudas de otras vidas, ¡que no pudieron ser saldadas! (...)
Antes de actuar, el ser humano piensa.
De todos los instrumentos que el Hombre, a lo largo de muchos millones de años, renaciendo y muriendo, fue arquitectando, construyendo y perfeccionando, la mente es el más caprichoso e importante. Pero el cerebro no fue estructurado para el sentimiento, sino para pensar.
Por eso cuando el Hombre tenía su "máquina" mental funcionando enseguida se desvió de su pristina pureza, que lo volvía fraterno con los seres de su especie y lo hacía dócil a la influencia de sus guías espirituales.
¡Y el Hombre comenzó a separarse del Hombre, movido por intereses, por el egoísmo, que lo volvería tan duro y malo!
Pero, mientras el Hombre se empeñe en seguir en la vida el curso natural de sus instintos, sin anteponerle el freno de la moral y la luz del Espíritu, la desarmonía continuará, y el resultado será el bajo nivel intelectual, la suma de taras que se transmite de generación en generación, cada vez más agravada por la rebeldía de los seres humanos al Divino Espíritu Santo, es decir a aquella divina luz que dará a los seres humanos la oportunidad maravillosa de liberarse de las cadenas insidiosas de la terrenal discordia entre los instrumentos poderosos que poseen en los dos extremos de la espina – el cerebro y el sexo.
Las energías elaboradas en el interior del cráneo son repartidas entre el instrumento pensante y el reproductor. Los desarreglos en uno se reflejan en el otro.
Y los perjuicios causados en una vida se manifiestan en las vidas siguientes, que son elaboradas con las simientes recogidas de lo que hicimos en las anteriores, y por eso mismo iremos a renacer de padres que estén en las condiciones precisas para que recibamos en las estructuras de nuestros cuerpos materiales que se armonicen con las necesidades que traemos.
Lo que nos transmiten los padres está en perfecta concordancia con nuestras necesidades evolutivas.
Después está en nosotros la posibilidad de seguir al sabor de las olas del Destino creado a lo largo de vidas pasadas o de cambiar esa corriente por medio de otra que parte del cerebro y del corazón y no dejará que nos entreguemos ciega y estúpidamente al predominio y esclavitud de los instintos.
Estancando la corriente de las tendencias miserables, conscientemente, lo que se consigue cambiando su naturaleza y sublimándola incluso, nosotros estamos avanzando hacia la meta de la perfección a la que todos nos dirigimos.
Pero podemos ir más allá: podemos no dejarnos caer en tentación y al mismo tiempo divinizar al tentador que se alojó en la propia sangre y pretende maniatar nuestra alma.
¿Y cómo podremos conseguirlo?
Simplemente por la fuerza inteligente y esclarecida de nuestra voluntad.
Si nos convencemos de que tenemos en nosotros mismos energías formidables que podemos utilizar en la durísima batalla de la vida, y despertamos para la lucha contra todo cuanto nos inferioriza, empequeñece, nosotros haremos un avance enorme en la escala evolutiva, porque practicamos la epigénesis, que nos enseña a mejorar constantemente nuestros hábitos, de modo que nos perfeccionemos voluntariamente.
En vez de recalcar en nosotros la fuerza de los instintos trataremos de sublimarla, y así le cambiaremos el curso, rompiendo en una vida las cadenas que nos prendían a lo vil, a lo terrenal y grosero de los vicios, a la limitada y dolorosa condición terrenal.
Y cuando renazcamos, si no somos genios, hacia allá nos dirigimos, porque tenderemos a continuar nuestra gloriosa batalla contra el grotesco tentador y de este modo vamos siendo envueltos en el Divino Espíritu Santo, que no es un hombre, sino la Luz Sublime que nos va llenando el corazón y el cerebro, haciendo de cada uno de nosotros un pionero de la perfección humana.
Por lo tanto, lo que hagamos amontonará para nosotros, simiente para nosotros, en armonía con la divina Ley que regula la causa y su efecto.
El genio y el cretino son el resultado de los esfuerzos hechos a lo largo de vidas, para resistir al tentador, que no es más que la personificación de los instintos viles, o la caída total en el dominio de ellos.
Los disolutos y los borrachos son candidatos al tristísimo título de cretinos; los que refrenan su naturaleza emocional y buscan sublimarla son candidatos felicísimos al título de genios
¡Cuántos de estos obreros, en vez de enseñar a sus alumnos se limitan a examinarlos, faltando a las clases o no dando a estas todo su corazón y cerebro, como debían, pero después, al dar las notas de paso lo hacen crudamente, sin la menor consideración por aquellos que fueron confiados a su talento de maestros, ni a los padres de estos, que tantos esfuerzos hacen para cuidar de la preparación de sus hijos para una sociedad más perfecta!
Todo cuanto se haga en el sentido de ayudar al perfeccionamiento mental tendrá el apoyo divino: y todo lo que se haga al contrario será frustrar el plan divino y por eso mismo tendrá, a su tiempo, el castigo.
Tales obreros negativos renacerán con pesadas limitaciones mentales, pues como dice el pueblo, "¡ellas aquí se hacen y aquí se pagan!"
¡Un gran criminal en el campo mental es el hipnotizador!
Este desgraciado mago negro, que juzga ser señor de una ciencia para hacer de ella el uso que le plazca, es el dominador de Egos, que por la fuerza de su voluntad disciplinada expulsa del dominio de sus cuerpos, sometiéndolos enteramente a su voluntad ¡y muchas veces a sus defectos y vicios!
El hipnotizador sustituye en el cerebro de sus víctimas una porción de éter del cuerpo vital, por otra porción de éter del cuerpo vital de él propio y así, por cada vez que hipnotiza a su víctima va abultando ese núcleo en la cabeza del paciente hasta que consigue dominarlo completamente; y donde quiera que esté, y a cualquier hora, le transmite sus órdenes ¡y el infeliz tiene que cumplirlas!
De esta manera el hipnotizador retira al Ego su libertad individual, y así desorganiza su evolución, ¡porque hace de él un verdadero autómata!
Será muy bueno no olvidar que el Hipnotismo es una de las Ciencias Malditas que son englobadas bajo el título de Magia Negra o más popularmente Brujería.
Sin embargo, estos desgraciados existen porque no falta quien guste de utilizar sus falsos servicios, ¡envileciéndolos así mucho más todavía!
Sus víctimas, viendo minado el terreno bajo sus pies, ¡sufren! Y a veces van hasta la desesperación, cayendo en el suicidio, en el desequilibrio de la salud, debido a la tristeza en que viven y así adquieren enfermedades que los llevan más pronto al sepulcro o los hacen arrastrar una existencia de sufrimiento.
La cirrosis del hígado es muchas veces causada por una profunda y demorada tristeza, debida a la calumnia y a la intriga.
¡Cuánto mal esparcen a su alrededor estos miserables!
Y ni siquiera pueden evaluar toda la extensión de su maldad, porque su inferioridad moral es muy grande y por eso mismo su mediocridad mental se revela.
Pero, cuando vuelvan a renacer vendrán más cerca del cretino, ¡si ya no lo son!
Todos estos verdugos (que muchas veces lo son de otros Egos que en vidas pasadas procedieron de igual modo) ¡recibirán el negro salario de la maldad!
¡Nada se pierde de todo lo que hacemos! ¡Nuestros pensamientos y actos esperan por nosotros, a lo largo de vidas, y harán de ellas lo que ellos fueron!
Cada uno de nosotros saboreará en vidas futuras los frutos de toda su actuación en vidas pasadas, porque solo así podemos aprender el gusto que el hado tiene.
Hado es Destino; ¡y Destino es el conjunto de todo lo que pensamos y hicimos!
Por eso, dice el pueblo – ¡y la voz del pueblo es la voz de Dios! – "¡Quien mal anda, mal acaba!"
Capítulo IX
La Divina Ley de la Causa y del Efecto
Al principio nosotros estábamos con DIOS, formando incluso parte de Él, así como lo hacen ahora las células de nuestros cuerpos; pero no teníamos existencia material – éramos solo espíritus.
Y por eso mismo estábamos inconscientes de la existencia terrenal, exactamente como sucede con las células de nuestros cuerpos. También ellas ignoran la existencia del ser que las domina dentro de sus moldes etéreos, en los cuales nacen y mueren, se forman y transforman.
Jamás conocieron a su Dios creador que llamamos Ego o Espíritu, que es lo que en nosotros se mantiene eternamente, por ser de naturaleza divina.
De hecho, estamos impedidos de formar de nuestro Creador una idea tan concreta como lo anhela nuestro árido intelecto. Y, sin embargo, formamos parte del Cuerpo de Dios.
En Él vivimos y existimos, física y espiritualmente, pero al principio éramos Espíritus Virginales. En otras palabras: aún no habíamos entrado en el campo de la experiencia que nos graduaría para misiones más altas.
Del estado virginal descendimos al experiencial, lo que también se llama involución.
Y, así, los Espíritus Virginales que forman la Humanidad a la que pertenecemos comenzaron por descender de su pureza primitiva a las condiciones terrenales para aprender a trabajar con la tierra, y para ese fin tuvieron que crear los instrumentos necesarios para apoderarse de ella y dominarla.
¡Y ya vamos muy lejos en esta magna obra, buscando ahora abrir camino a través de los espacios siderales!
Lo que somos ahora representa millones y millones de años en lucha viva entre la muerte y la vida, ora en la materia ora libre de ella, ¡pero siempre luchando y viviendo en busca de mayor poder y perfección!
Y de experiencia en experiencia, nosotros, espíritus, de naturaleza etérea, creamos los instrumentos que llamamos cuerpos o vehículos invisibles.
Y con ellos atraemos la materia en sus formas sutilísimas, para con ella formar nuestra carne y huesos. Es con estos cuerpos que nos manifestamos en este mundo y trabajamos con la materia, moldeándola, transformándola y probando hasta lo más profundo sus leyes.
Y así podemos dominarla inteligentemente, graduándonos para ir de hombres a Superhombres, o sea, de hombres a dioses creadores porque, la gran finalidad a alcanzar con nuestro descenso a los dominios materiales es precisamente esa.
Lo que somos representa muchos millones de años de lucha en esta rueda viva de renacimientos y muertes, en la ansia suprema de alcanzar la luminosa meta de la Perfección, de ser un Dios Creador. ¡Y esta meta no puede ser alcanzada sin haber caído en el camino!
Por eso no debemos censurar a los caídos por sus debilidades morales: debemos ayudarlos a levantarse, a caminar con mayor seguridad en la senda evolutiva, para que más pronto lleguen a la meta, al final de la senda evolutiva – la Perfección Divina.
Los libros sagrados nos hablan de los varios estados por los que pasamos antes de ser lo que somos.
Esto, sin embargo, no estaba al alcance de los lectores vulgares, porque los escritos de la Biblia fueron producidos por iniciados y estaban destinados solo a otros iniciados.
Por eso, no todos podían entender aquellos sustanciosos documentos, escritos en sentido figurado.
Sin embargo, ahora, que la Humanidad evolucionó tanto, ya puede comenzar a recibir la luz contenida en esos libros maravillosos.
Más tarde la recibirá más ampliamente, por haber alcanzado entonces un más alto grado de desarrollo.
Para percibir la luz el Hombre creó unos instrumentos de tan rara sensibilidad que, si no tiene con ellos y con su uso el cuidado necesario, ¡se estropean, se averían, e incluso pueden perderse!
A estos maravillosos instrumentos se les llamó "ojos".
Se dice que son estos delicadísimos instrumentos las ventanas del alma, ¡y nosotros así lo creemos!
Es por medio de ellos que el Hombre puede orientarse y ver todo cuanto lo rodea y cabe en la esfera de su capacidad.
Sin embargo, todo cuanto queda debajo o arriba de su poder visual no será percibido por esos admirables órganos de percepción. Y, por eso, el Hombre inculto y atrasado es el que más niega, pues su tendencia es a aceptar solo lo que puede ver con sus propios ojos.
De todos los medios que llevaron al Hombre a caer de su antigua y altísima dignidad espiritual fueron, sin duda, los ojos los más poderosos instrumentos de perdición, ¡por no ser usados dignamente!
Desde que el Hombre usó los ojos para fines indebidos, ¡todo se complicó en la escala evolutiva!
Y de eso nos da la Biblia una idea bien nítida cuando relata la caída del Hombre, a la que llama la expulsión del Edén.
Es una revelación de que el Hombre no vio castamente la belleza de la forma física de la mujer y se dejó perturbar por ella, olvidado enteramente de que la vista le había sido dada para buscar la belleza y para volverla más bella aún, y no para afear lo bello y pulcro.
¡Si no fuesen los ojos, el Hombre no habría sido tan malo!
¡Él no habría sembrado a su alrededor tanta tristeza y sufrimiento! Pero, verdad es que por el aguijón del sufrimiento el Hombre avanzó mucho, pues cuanto más sufrimos más adelantamos nuestra evolución, nuestro perfeccionamiento.
El hombre terrenal – nos referimos al hombre hecho de tierra, del polvo de la Tierra, el hombre físico – es siempre atraído hacia lo grotesco y vil, por un extraño poder que seduce con la mayor sutileza y obliga después al Hombre – el ser espiritual o ego –, a esclavizarse totalmente al ilusorio y engañoso poder de los instintos.
Los instintos son una especie de embajadores del demonio autocreado, que vive, por así decirlo, dentro de nuestro propio corazón.
Hombre – a los viscosos lazos del vicio y de la maldad que lo prenden a la Tierra y a sus leyes, así el Hombre ha de sublimarlo hasta el punto de asimilarlo a sí mismo, no como demonio, sino como poder anímico, creador de belleza y de fuerza divinizadora.
Y esto exigirá vidas, muchas vidas a lo largo de una persistente línea de perfeccionamiento moral.
La caída del Hombre no tuvo la finalidad de perderlo irremediablemente, sino de forzarlo a una actividad más intensa y provechosa en el sentido de juntar a su esfuerzo en la senda evolutiva más eficiencia.
Apresura, de este modo, su graduación para misiones más altas. Gozando y sufriendo, riendo y llorando, nosotros vamos aprendiendo, porque son los contrastes entre el dolor y el placer, la tristeza y la alegría los que nos mostrarán cómo son diferentes y cuál es el camino a seguir.
Es con el impacto del placer y de la alegría, con sus impresiones duraderas o fugaces, que aprendemos a escoger lo mejor, lo que perdura, y rechazar lo efímero.
Desde que al Hombre le fue dada la facultad inestimable de ser juez de sus propios actos se colocó también a su mano la posibilidad rara de escapar de todo cuanto es grotesco y, por lo tanto, malo, de elevarse a más altas dignidades y poder.
El Hombre cayó para levantarse de nuevo – y no para quedar caído eternamente.
¡Dios no crea para el Infierno de la perdición, sino el Hombre, sí!
Dios crea para la más alta Perfección; y el Hombre, siempre enredado en los traidores lazos de la carne – que otra cosa no es que tierra moldeada en nueva forma por el espíritu – crea para el Demonio, que no es una persona sino un estado de imperfección.
Por eso el Hombre, terco en la práctica del mal, ha de cambiar, quiera o no, ¡la naturaleza de ese mal en Bien!
Y solo lo conseguirá a lo largo de vidas y pasando por todo cuanto hizo pasar a los otros, de armonía con la divina Ley de la Causa y del Efecto.
¡Y todo esto por vía de una vileza sin par!
¿Qué va a ser, ahora, el futuro de esta víctima de la buena fe e inexperiencia?
¡Ni se puede vislumbrar! ¡Tan oscuro se muestra el horizonte!
Mientras tanto, el traicionero seductor buscará nuevas presas.
En su ignorancia y maldad él juzga al mundo y sus cosas por sí propio, midiendo todo y a todos por sí mismo, por su propia medida. Buscará perder de su pureza a otras doncellas, muy convencido de que tiene el derecho indiscutible de cosechar todas las flores para después lanzarlas en el pestilente lodo de las pasiones viles.
Y por eso avanza en su loca y repugnante misión de verdugo. Siembra por donde pasa las simientes de la torpeza, que algún día, en vidas futuras, le reservarán sus frutos.
El miserable renacerá más tarde y traerá, en el zurrón de su Destino, todas estas y muchas otras culpas que la Iglesia dominante llama Pecado Original. ¡Y entonces probará, hasta el pormenor, todo el mal que brotó de sus locuras!
Y porque el mal tuvo su origen en sus órganos de la vista, que le permitirían ver la belleza para que la dignificase, y, en vez de eso, la contaminó, su castigo comenzará en estos órganos, que sufrirán deficiencias.
Verá mal e incluso podrá nacer ciego o traer graves deformaciones oculares, en armonía con la gravedad de sus delitos.
A este respecto la Biblia nos cuenta una historia muy interesante y que bien puede ilustrar esta disertación. Vamos a resumirla:
El rey David vio, cierto día, desde la terraza de su palacio, a la hermosa mujer de uno de sus soldados tomando un baño, descuidada y convencida de que nadie la sorprendería en su desnudez.
¡Y perdió el uso de la razón el glorioso monarca! Mandó buscar a Betsabé, mujer de Urías, para su palacio, que después hizo saber al rey que iba a ser madre. Y David se siente mal colocado, buscando salir de la mala posición del siguiente modo: da orden al general que conducía la guerra para que le mande presentar a Urías.
Después, intenta llevar al soldado a su casa. Sin embargo, Urías no va.
El rey lo invita entonces a una comida y lo embriaga, mandándolo después a juntarse a su mujer, Betsabé.
¡Pero Urías, aun embriagado como estaba, no aceptó! Se opuso a la voluntad del monarca y se quedó a la puerta del palacio real.
Entonces David resuelve por la vía que le pareció más fácil: remitió a Urías con una carta al comandante de la tropa en guerra, mandándole colocar al infeliz soldado en la parte más peligrosa, al frente, para que fuese muerto. ¡Y así sucedió! Urías fue atravesado por las flechas del enemigo, ¡y David llevó a Betsabé para su compañía!
Por haber visto impúdicamente, el rey rebajó la honra de la mujer de su siervo y cortó el hilo de la vida de este, mandando matar, es decir, ¡consiguiendo aún un cómplice más – Joab, el general del ejército en guerra –, que también quedó culpable de asesinato por orden de su rey! ¡Ciertamente que la ceguera fue bien merecida!
Pero, ¡no será solo con las deficiencias de la vista, con los disturbios del aparato genital para dificultar la sensibilidad que los hizo recorrer el oscuro camino, que quedará saldada la culpa o culpas!
Es forzoso que pruebe integralmente los efectos del mal causado tan brutalmente y, por ese motivo, cuando renazca mujer, tendrá que pasar por la prueba de la seducción, del abandono.
¡Y desgranará las negras cuentas de aquel mismo rosario de amarguras que fue la vida de sus víctimas! Pasará por las mismas humillaciones, sentirá todo el peso de la desgracia y solo al final estará libre de sus culpas, porque solo entonces sabrá bien evaluar la responsabilidad de cada uno de sus actos, pues probó el gusto que el hado tiene.
Así como hicieres hallarás – dice un viejo refrán lleno de sabiduría.
El ladrón siempre utiliza la vista para sus acometidas contra la propiedad ajena. Él renacerá con limitaciones visuales que serán graduadas por la suma del mal causado.
La vista no fue dada a los seres para que hiciesen mal uso de ella.
Por lo tanto aprendamos a usar bien la vista, para que seamos dignos de renacer con ojos perfectos, visión pura.
Capítulo X
La Divina Ley de la Causa y del Efecto
Oímos muchas veces esta pregunta angustiosa:
"¿Por qué se nace para ser feliz o infeliz?"
Y después viene el comentario:
"Si el CREADOR es sumamente justo, ¿por qué crea así tan brutalmente a unos para la miseria, en sus variadísimos matices, a otros para la abundancia y la felicidad en sus múltiples formas?
Y por fin, si damos crédito a lo que enseñan las religiones del hemisferio occidental, ¡aún lanza a unos a las llamas eternas del Infierno, elevando a otros a la suprema ventura del Cielo!"
DIOS nos hizo a todos para la más alta elevación y ventura; ¡somos nosotros los que nos desviamos de sus preceptos y creamos nuestras propias infelicidades y tristeza, con nuestros malos pensamientos, con nuestra maldad!
La felicidad y la infelicidad constituyen un problema que podremos resolver viviendo la doctrina enseñada por CRISTO. Vivida esta doctrina, nosotros encontraremos la llave del misterio que llamamos Destino, y podemos modificarlo e incluso vencerlo.
Para eso nada adelantamos predicando sino viviendo, sintiendo en nuestros corazones las enseñanzas del Maestro Divino. Lo que sale de la boca poco interesa; pero lo que sale del corazón puro es de gran valor.
Si queremos verdaderamente ser felices, tenemos que sembrar por todas partes la felicidad; pues solo contribuyendo a la felicidad de otros seres nosotros preparamos nuestra propia felicidad.
Si alrededor de nosotros sembramos egoísmo, orgullo y maldad, impregnamos el propio ambiente en que tenemos que vivir de esa dañina esencia del mal, que volverá pesado nuestro ambiente, y nos hará infelices.
"¡Quien quiere el bien, primero bueno se haga!"
Así como hicimos a otros en vidas pasadas, así otros nos harán en la vida presente y en las futuras, ¡hasta cuando hayamos probado bien el gusto que el hado tiene! Es la Ley justa de la Causa y del Efecto que está en nosotros mismos y nos sujeta, queramos o no.
Se dice muchas veces que dos piedras duras no hacen buena harina, y cuando se juntan en el matrimonio dos almas así, siempre listas a tirar al contrario de lo que mejor conviene, se les aplica el mismo proverbio.
¡Son dos piedras duras! ¡No saben transigir!
¡No armonizan! Nada hacen para disculparse y comprenderse y de ahí su lucha constante y su gran infelicidad matrimonial ¡tantas veces reflejada desastrosamente en la educación de los hijos!
Unos y otros, esposos e hijos, ¡necesitaban de esta dura experiencia!
Pero, ¡bastante mejor sería si en vez de luchas hubiese paz! Esto indicaría una lección estudiada, una prueba hecha, una dificultad vencida, una página del libro del Destino completamente lavada de lo que allí fue escrito.
Pero... ¡raramente se puede cantar esa victoria! Lo que más veces sucede es que llega el fin de una vida llena de luchas y de injusticias y viene la muerte a cerrar el libro del Destino tal como fue escrito con nuestros pensamientos y actos, para servir en otra vida futura como lección a estudiar y a aprender.
De vida en vida, por regla general, si bien cumplimos nuestros deberes dentro del plano a que pertenecemos, casando y reproduciendo la forma, nacemos con sexo diferente del que tenemos ahora.
Los que se rehusaron a cumplir el sagrado precepto – creced y multiplicaos –, volverán en el mismo sexo para consumar ese divino precepto que impulsa al matrimonio.
Y entonces nos encontramos con el siguiente panorama enojoso: los casados recogerán los frutos que sembraron, amargos o dulces; los que fingiendo santidad se escaparon al sacramento del matrimonio buscarán realizarlo, pero se encontrarán con grandes dificultades para conseguirlo, o solo lo consiguen de modo contrario a lo que soñaron y aun así muchas veces se deshace el deseado lazo.
Tenemos, aún, a aquellos que huyeron del casamiento por egoísmo, contrarios al esfuerzo tan natural y noble de constituir un hogar y una familia para con el producto de su trabajo sustentarlos ¡y ennoblecerse! ¡Esos, recibirán también su salario!
Existen otros aún, que no se casaron pero se dieron a las habilidades atribuidas a los cuclillos. Despreciables "héroes" de una vil estirpe, ellos recibirán en su medida, viendo a otros cuclillos buscar sus nidos...
"¡Ellas aquí se hacen, y aquí se pagan!"
El que fue mal esposo en una vida, cuando vuelva a renacer vendrá mujer, y el marido que va a tener será igual al que él fue en su pasada existencia.
Entonces lamentará su infelicidad y se alabará por su bondad y por ser digna de mejor suerte.
¡Lo mismo sucederá a aquella mala esposa que no perdió un momento para volver infeliz a su marido, pues renacerá hombre y tendrá una esposa exactamente como ella fue en la pasada existencia! ¡Solo así podemos probar el gusto que el hado tiene! Y de vida en vida cambiar de actitudes.
¡Cuántas veces nos quedamos delante de una idea que deseamos realizar, pensando en el mal éxito, temiendo la responsabilidad! ¡Es una vaga reminiscencia del pasado, de los resultados de actos mal sucedidos en vidas pasadas! ¡Es el despertar de la conciencia!
Es, cuando así sucede, una buena señal, pues ya comenzamos a oír la voz de la conciencia, lo que nos indica avance en la escala evolutiva.
Así, oyendo esa voz silenciosa que nos previene contra el mal que nos puede venir si consumamos tal acto, es un excelente indicio de avance moral.
Estamos aptos a modificar profundamente nuestros destinos, de modo a volverlos mejores, más felices.
De vida en vida tenemos que recoger exactamente lo que sembramos, en el mismo estilo en que hicimos, en ese mismo habremos de recoger. ¡Todo será desgranado hasta el más ínfimo pormenor!
Este mundo en que vivimos es engañoso, ilusorio.
¡Por eso mismo, cuando juzgamos engañar a los otros estamos engañándonos a nosotros mismos! Tenemos, por eso mismo, mucho más que ganar en ser justos y correctos, que en ser injustos e incorrectos.
Hablamos particularmente de los fracasos matrimoniales por ser ellos los que más palpitantemente interesan a este capítulo, y que mejor dilucida respecto a la conducta a tomar en esta vida.
Si los que piensan en casarse tratasen primeramente de prepararse para una justa y mutua comprensión, ¡el matrimonio sería mucho más feliz!
Si los novios fuesen para el matrimonio pensando más en la alegría y felicidad resultantes de la unión de dos almas que se aman profundamente y se desean ayudar constantemente, siempre listos para la tolerancia y para el más perfecto ajuste de opiniones y conveniencias, ¡el matrimonio sería perfecto!
Solo cuando ambos se comprendan perfectamente podrán ser enteramente felices y de esta felicidad que continuará en las vidas futuras resultarán familias perfectas, y así se contribuirá para mayor perfección y armonía en la sociedad humana.
No citaremos otros hechos que determinan nuestra felicidad o infelicidad, pues de lo expuesto en este artículo y en los anteriores se deja bien aclarado el problema de la felicidad y de las desigualdades humanas.
Todo cuanto dijimos se destina a la mejoría del comportamiento de los seres humanos.
Sabemos cuán difícil, por bastante incomprensible, es la aceptación de la LEY DEL RENACIMIENTO. No tenemos la veleidad risible de querer imponer la aceptación de esa Ley, sino tan solamente llamar a ella la atención de nuestros numerosos lectores, ¡ciertos de que muchos comprenderán el lógico origen de nuestros males y no culparán a DIOS de hacernos infelices!
"Quien hace las cosas vivirá en ellas".
"¡Lo que tú siembras, eso mismo has de recoger algún día!"
Estas y muchas otras sentencias andan en la voz del pueblo; y se dice que la voz del pueblo es la voz de DIOS, queriendo con esto afirmar que en las sentencias populares anda mucha verdad. ¡Y nosotros así lo creemos!
Las religiones de Occidente no explican al pueblo la LEY DEL RENACIMIENTO, tantas veces mencionada en las Sagradas Escrituras, e incluso la niegan con sofismas, ¡pero procediendo así cometen un grave error y obstaculizan la evolución de la Humanidad!
Si vivimos en armonía con las enseñanzas de CRISTO, nosotros estaremos venciendo a pasos largos el penoso camino de la evolución, que tendremos que recorrer, a bien o a mal, porque la finalidad de nuestra existencia en este mundo es graduarnos para más sublimes condiciones.
Texto publicado en la Fraternidad Rosacruz del Portugal, traducido en Amoroso Servicio, por la Fraternidad Rosacruz de Mexico.